domingo, 5 de diciembre de 2010

El soundtrack de una vida (primera de dos partes)

La idea del programa es la siguiente: el invitado escoge diez canciones que lo han acompañado durante algunos momentos importantes de su pasado y las va presentando a lo largo de una hora con el propósito de puntuar, digámoslo así, el relato de su vida. El soundtrack de una vida se transmite los domingos a las seis de la tarde por Horizonte, en el 107.9 de FM (o por www.imer.gob.mx), y su conductora es Laura Barrera. A lo largo de más de cinco años, han pasado por sus micrófonos escritores, actrices, historiadores, músicos, fotógrafos, directores de teatro… A continuación, los diez tracks que yo elegí. No hay mucha diferencia entre lo que dije en el programa, que fue transmitido el domingo 7 de septiembre, y lo que hoy publico en Siglo en la brisa; quizás que hago mayor énfasis en las canciones mismas, aunque sea imposible que las experiencias que me ligan a ellas no se cuelen por todas partes.


1. “Échame a mí la culpa”. My spanish album, Albert Hammond (1976)
El 11 de junio de 1976, a unas horas de cumplir doce años, volé a España, solo. En el aeropuerto sentí pavor: por el vuelo, por irme a solas, por estar a punto de vivir mi primera despedida seria. Aquel verano se abría una grieta escolar de las que coinciden con el tiempo biográfico: en septiembre empezaría la secundaria. Conmigo llevaba una pequeña cámara, una grabadora con dos o tres cintas, y un misterioso libro comprado la víspera en el Gigante de Ejército Nacional: PES (Percepción Extra Sensorial) Tu Sexto Sentido. Volví dos meses después, rebosante de primeras sensaciones: la comida, los rostros, el acento, los olores y algún enamoramiento fugaz. 
Entre ellas, una invaluable y eterna: la presencia conmovedora de mi abuela materna, ciega, que moriría en diciembre de ese mismo año. Ningún relato o foto o recuerdo puede recrear lo que sentí y vi y viví durante aquellas ocho semanas en España como la famosa canción de Ferrusquilla, que se oía en todos los bares de la orilla cantábrica en la deliciosa versión de Albert Hammond. (Para los más jóvenes: su hijo, Albert Hammond Jr., es miembro de The Strokes). El fraseo de la canción reproduce el del borracho que pone por encima de sus sentimientos pisoteados una supuesta generosidad para afrontar la ruptura. Por eso los versos de la canción (“dile a quien te pregunte que no te quise, dile que te engañaba, que fui lo peor, échame a mí la culpa de lo que pase…”), se cantan mejor subrayándolos con el puño derecho y la mímica de quien se cae de briago.
La canción puede oírse en: http://bit.ly/dkQAcd


2. Heaven must have sent you, Bonnie Pointer (1978)
De pronto, me encontré a solas en un terreno baldío. Todos vivían su desconcierto pero yo quizás más que ninguno: me explico: acababa de cumplir catorce años y nadie parecía darse cuenta de que el mundo había cambiado de manera violenta. Aún tendrían que pasar cuatro largos años para que mis padres se separaran. En aquella casa de Fuentes del Pedregal que no conoció los acabados, yo conocí el aburrimiento. Siempre fui imaginativo y aquellos días no fueron la excepción, pero la realidad se empeñaba en mantenerse impenetrable. 
Me refugiaba en el “estudio”, un cuarto más bien con poca luz que daba a una jardinera con yucas y muros de piedrín donde estaban los libros y los discos. También, el restirador de mi papá, con papel membretado del Departamento de Distrito Federal, para el que trabajó un tiempo, y lápices y plumas. Hacía no mucho en ese mismo lugar yo había leído mi primera novela, aunque no logré acabarla: Robinson Crusoe, en una edición comercial de Bruguera. Un día oí en el radio esta canción que fui a comprarme en cuanto pude, en un disco de 45 revoluciones: el primero que compré en la vida. Situada en la frontera entre el funk y la música disco, “Heaven must have sent you” es quizás el “himno” de mi adolescencia: la música, quiero decir, que sonaba en el momento en que me encontré a solas en un mundo que se caía a pedazos. Además allá, del otro lado de las nubes arremolinadas, asomaban las voces, los ritmos y la letra de esta canción interpretada por la ex-integrante de las Pointer Sisters como la promesa de una poderosa sensualidad todavía negada.
La canción puede oírse en http://bit.ly/cGMxij


3. “Soledades”, Mocedades 5, Mocedades (1974-1981)
Soy incapaz de oír las canciones del grupo vasco sin que se me enchine la carne, pero no porque me transporten a los tiempos de la final de la infancia, cuando las oía una y otra vez, sino porque sus letras me parecen el paradigma de lo fallido. Fueron importantes en un mundo con pocos libros y no muchas músicas donde eran algo de lo más poético a mi alcance, antes de que un peculiar maestro de la secundaria pusiera en mis manos las primeras antologías de poemas. 
Con todo, Mocedades no estaría en esta lista si no fuera por esta versión del bellísimo romance de Lope de Vega que oí por vez primera, y quizás única, en la casa de mi amigo Gerardo López Salgado, muerto de manera trágica hace poco más de cinco años, cuando acababa de rebasar los cuarenta. En 1981 le propuse hacer un viaje de un mes (y no de un año como dije en el programa) por quince ciudades de la República que empezó en la estación de trenes de Buenavista y acabó en McAllen, Texas. En Morelia, me contó la trama de Rojo y negro, de la primera página a la última, desde la serena descripción del pueblo de Verrières hasta el dramático momento en que Matilde de La Mole va en el interior de la carroza y lleva en el regazo la cabeza cortada de Julien. La musicalización del romance del Lope, si es cierto que sin mucho chiste, me resulta encantadora siquiera porque me acompañó en silencio durante largos años hasta ahora que gracias al programa logré localizarla. En un lugar, quien le puso la música cambia la medida de un octosílabo y lo deja cojo; en otro, pronuncia mal una palabra, lo que prueba que Mocedades cantó algunos de estos versos sin saber siquiera lo que decían.
La canción puede oírse en http://bit.ly/daf3DF


4. “I saw her standing there”, Please Please Me, The Beatles (1963-1988).
Un fiesta en el quinto piso del Edificio Basurto. Una sala alargada, con suelo de madera, sin muebles. Un aparato de música que atruena. Unas flores entregadas la tarde anterior por la escalera de servicio y que nunca sabré si llegaron a su destinataria. A lo lejos, una extrajera larguirucha baila despreocupada y a solas. No ocurrió el encuentro deseado, de lo que quedó testimonio bastante en algunas páginas de Ora la pluma, como del viaje al sur que planeamos juntos pero que ella hizo con otros amigos —y que se cuenta, en el subjuntivo propio de la circunstancia, en “Norte” (pág. 27)—. 
Esta canción es la primera del primer disco de los Beatles pero forma parte de este soundtrack no por ese hecho interesante sino porque lleva implícito un pequeño orbe de sensaciones de los años de mi entrada a la Facultad y sobre todo un poco más adelante, cuando me empecé a sentir en ella como en mi propia casa. Y también, cómo no, en la mía propia, a solas casi siempre durante aquellas inacabables jornadas de lectura sin ninguna interrupción. El fascinante descubrimiento de los estados alterados. La presencia sabia de la gata Isolda. La muchacha del perfume de sándalo. El arranque de esta canción es uno de los más dinámicos y rebosantes de energía que conozco y no puedo oírlo sin volver a ver la figura alargada de aquella evasiva extranjera bailando al fondo de un salón vacío.
La canción puede oírse en http://bit.ly/cOVJFx


5. “Harvest moon”, Harvest moon, Neil Young (1992)
Mi primo, en aquellos tiempos director de Radioactivo, me regaló el cassette en 1992. Yo acababa de conocer a una mujer cuya apariencia y forma de actuar estaban matizadas, si el oximoron es tolerable, de una como dulce aspereza. No era la única de sus contradicciones: a sus ojos bellísimos, enmarcados por unas largas pestañas, asomaba una inequívoca y profunda tristeza. Las canciones de este disco fueron la música de las muchas noches en que manejé por unos vericuetos entre las lomas hasta el final de una calle cerrada, al fondo de un paraje en el Estado de México, para llevarla a su casa, y a continuación atravesé la ciudad por un Periférico anterior a las aberraciones perredistas para regresar a la mía, situada en una cuesta en San Jerónimo. Al final, para decirlo con las palabras de Gonzalo Rojas, “todo fue polilla a lo largo del encanto” (http://bit.ly/98pOi3). Más que lo que dicen sus letras, que en general me deja frío, me gusta la melancólica fineza que sobrevuela estas canciones nocturnas. La que da título al disco me gusta en especial por el coro de mujeres que parece un viento dulce que corre entre los huizaches y las suculentas de un paisaje desértico, nunca de día. Casi contra mi voluntad, la más importante en 1999, la música de este disco ha reaparecido para servir de fondo a un par de nuevos desengaños.
La canción puede oírse en http://bit.ly/b1QkBB


2 comentarios:

  1. GRACIAS POR RECORDAR A GERARDO LOPEZ SALGADO ERA MI PRIMO

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  2. Fernando les pase el enlace y lo que publicaste a su familia, mama,hernmanas y fue muy especial me pidio mi tia que te lo agradezca infinitamente y si te recuerdan como un amigo de gerardo mil gracias y un abrazo...

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