viernes, 29 de enero de 2016

Deniz: cómo y cuándo nació el seudónimo


En el número de enero de 2016 de la Revista de la Universidad de México apareció la segunda parte de mi texto de presentación a la prosa reunida de Gerardo Deniz. La primera parte se había publicado a mediados de diciembre del año anterior, en el suplemento Confabulario del periódico El Universal. El notabilísimo libro, que está a punto de entrar a imprenta, aparecerá bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. De marras tiene hasta cien páginas más que Erdera, el volumen de la poesía completa de Deniz hasta 2005.
He pensado ofrecer otro pequeño adelanto, esta vez dirigido a quienes ven este blog. Me decido por la página en la que se da cuenta de las circunstancias en las que Juan Almela usó por vez primera el seudónimo con que firmó todos sus libros. Ilustro el post con el recorte mismo de la publicación en que apareció ese primer “Gerardo Deniz” que registra la hemerografía, tomado de los papeles que me legó el poeta. 
Publico un documento más, que está unido al recorte por un clip; una nota manuscrita, luego tachada, que parece probar que Almela pensó alguna vez incluir la carta de febrero de 1968 que da a conocer esta entrada de Siglo en la brisa, en una hipotética segunda edición de Anticuerpos, su libro de 1998, en el que reúne sus trabajos más “reactivos”.

Presentación a De marras. Prosa reunida de Gerardo Deniz (fragmento)
Por FF
Las publicaciones iniciales de Juan Almela aparecieron firmadas con su nombre real en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, la primera de ellas en mayo de 1968, una reseña del libro Biología de los virus de Kenneth M. Smith que él mismo acababa de traducir.[1] 
Eso quiere decir que la creación de su seudónimo no fue una idea automática que acompañara a la decisión de darse a conocer. Por eso resulta importante fijar la circunstancia y el momento exactos en que se decidió a lanzarlo, no sólo porque entonces nació públicamente ese “Gerardo” (como se llamaba su abuelo materno y estuvo a punto de llamarse él), seguido de aquel “Deniz” (que “suena a todo y a nada —y menos que nada, a lo que es: la palabra turca que significa ‘mar’”—);[2] también es importante porque supuso la aparición pública de una visión de la realidad cargadamente crítica e irónica, que fue la que mostró y defendió a lo largo de toda su obra.
Los periódicos acababan de dar a conocer la fotografía de Eddie Adams tomada en Vietnam del momento en que un jefe policiaco dispara a la cabeza de un enemigo preso.
Cuando Almela la vio, decidió dirigir una pequeña carta a la dirección de la revista Siempre!. Publicada el 21 de febrero de 1968 (núm. 765), la carta dice así:


Sr. Director: la fotografía que trajeron anteayer todos los periódicos, de un noble jefe guerrero metiéndole una bala en la cabeza a un vietcong, me ha entusiasmado. La he intercalado en mi libro de horas. Después de tanta pornografía que estraga el alma, da gusto contemplar una escena que reafirma nuestra confianza en los valores inmutables del espíritu. Atentamente: Gerardo Deniz. San Antonio 36-6. México, D.F.

Alguien en la revista estuvo a la altura del asunto: entendió el tono y las intenciones de la carta al grado de que la publicó bajo una cabeza que dice: “Edificante”.


Notas:
(1) Juan Almela empezó a laborar en el Fondo de Cultura Económica el 20 de enero de 1958, en una primera etapa que se prolongaría a lo largo de casi tres años; la segunda fue del 15 de febrero de 1965 al primero de enero de 1974. Datos proporcionados a Eduardo Mateo Gambarte en el cuestionario “Posible ficha (con excursos)” citado más arriba [en el texto original, se entiende, publicado por vez primera en la revista universitaria].
(2) La primera parte del comentario proviene de la explicación que dio de su seudónimo en la entrevista concedida a Viceversa (número 7, de noviembre-diciembre de 1993); la segunda, de la descripción del efecto que, según él, produce la palabra “Deniz”, que está en el citado cuestionario inédito que respondió a Eduardo Mateo Gambarte.
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La foto de la derecha es una de las últimas imágenes del poeta.

Más sobre Deniz en este blog:
Deniz en Buenos Aires, http://bit.ly/1N37oAb
En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
Una vida con el Fondo de Cultura Económica, http://bit.ly/1TNgNSM
Noticias “recientes”, http://bit.ly/V95VkF
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa

viernes, 22 de enero de 2016

Antonio Ortuño: entre México y España


Principalmente por causas de tiempo, me resulta imposible dar sitio en la radio a todos los libros que leo y me interesan. Así me sucedió hace poco con la novela Méjico, del talentoso narrador jalisciense Antonio Ortuño. Entre otras razones, y más allá de su punzante narrativa y su impecable factura, el libro me interesa porque explora con inteligencia y verdadero conocimiento de causa las relaciones entre México y España, un tema no precisamente en boga que sigue estando en el centro de mi trabajo. Al frustrarse la conversación al aire, le propuse a Ortuño que me contestara por escrito el siguiente cuestionario. Él accedió amablemente a hacerlo.

Me llama la atención la corrección (perfección, diría) con que utilizas terminologías y glosarios propios del habla española de distintas épocas. ¿Los has estudiado para escribir tu novela o te pertenecen de manera natural, a ti que eres hijo de madre española?
Nunca me he documentado para escribir un texto narrativo. Más bien, escribo sobre asuntos en los que me he interesado con profundidad a lo largo de los años y que, en cierta medida, domino. Crecí en una familia de españoles ya entraditos en años y que hablaban hasta por los codos. Leí mucha literatura española también, tanto del Siglo de Oro como del XX. Ése fue el material.

Si ese conocimiento de la España histórica y contemporánea es, al menos en principio, herencia de tu madre ¿podrías contarme algo de su historia? Finalmente, como dejas ver en la dedicatoria de Méjico, tu novela es una manera de despedirte de ella.
Mi novela es una reverencia a mi madre, por supuesto, y a las historias familiares con las que me formé. Elisa, mi madre, nació en Valencia en 1938, en plena Guerra Civil. La familia no era valenciana sino manchega pero Valencia fue la última plaza de la República en caer y acabaron allí. Mi abuelo estaba en el frente y pudo volver para el parto, que fue complicadísimo: había un bombardeo, la comadrona no quería salir del refugio, tuvieron que sacarla con soldados. La migración a México fue complicada. Mis abuelos eran profesores pero acá no pudieron volver a dar clases. Mi abuelo trabajó en unos laboratorios médicos. La familia llegó a Guadalajara a finales de los cuarenta. Mi madre quiso mucho este país pero nunca dejó de sentirse española, jamás se nacionalizó. Se murió ceceando como una reina. Tuvo una vida durísima, muchas privaciones. Era muy bella y cantaba espléndidamente.    

Resulta inspirador un personaje como el viejo Ramón, que encarna los ideales de su generación, y cuyas enseñanzas están detrás de las aspiraciones e incluso de los actos de los personajes que enfrentan la guerra como una lucha por la justicia y la libertad. Su carácter, tan español, lo hace muy atractivo: se nos presenta como lleno de asperezas y vehemencias pero al mismo tiempo resulta entrañable, sabio y generoso. ¿Puedes hablarme de la genealogía, literaria o biográfica (si es el caso) de ese personaje tan importante para la novela como para aparecer mencionado incluso en la última página?
Un personaje literario tiene rasgos de muchos otros, reales, que uno conoce o a quienes lee. Este Ramón, anarquista y militante, quiere emparentarse un poco con otro Ramón, muy mayor, que es Valle-Inclán, y también, un poco, con Agustín García-Calvo, a quien he leído con gran simpatía durante años. Claro: un personaje de ficción existe en una clave diferente. El lector no tiene por qué pensar en ninguno de ellos.

Me parece que en Méjico hay una denuncia bastante explícita al trato que los comunistas españoles dieron en México a quienes no comulgaban con ellos, en el caso de tu novela a los anarquistas. ¿Es así o me equivoco?
Una de las razones de la derrota de la República (y eso no lo digo yo, sino lo concluyen historiadores como Hugh Thomas y otros) fue la guerra interna que se dio entre comunistas, anarquistas, socialistas y demás familias “populares”. 
Están bien documentadas las “purgas” de los comunistas contra los anarquistas en diferentes momentos, así como las fricciones en el exilio. Hay una visión ecuménica e idealizada que predomina ahora en la que el exilio fue un muestrario de sabios que llegaron del mar, los verdaderos Quetzalcóatl, la gran familia republicana. Nada de eso: venían de acuchillarse unos a otros en muchos casos. Los comunistas fueron bastante salvajes. Claro, la bestialidad del franquismo opacó todo, al final.

Una de las imágenes que más me gustan de la novela es la de Indalecio Prieto, el líder socialista español refugiado en México, saliendo de bañarse del mar de Veracruz como un dios de las aguas (lo llamas incluso “Neptuno”), rodeado de dos muchachas rientes. Al mismo tiempo, no dejas de poner en labios de tu personaje María el apelativo bastante directo de “hijo de puta”. ¿Partes de alguna imagen en concreto, dada por la realidad, o es pura imaginación afortunada? Y más allá de eso, ¿qué te provoca a ti el polémico personaje, que vivió y murió en nuestro país?
Mis tíos (la hermana de mi abuela y su marido) lo vieron salir del mar así, en Veracruz. Ellos pasaban por una situación muy dura (habían pasado por campos de concentración, por Santo Domingo, por mil y un oficios en México) y toparse con Prieto convertido en un rockstar del exilio les resultó demasiado. Mi tía, con quien pude hablar mucho del tema, lo detestaba: contrastaba lo rozagante que estaba Prieto con el hambre que pasaban muchos exiliados. Ahora bien: no trato de emitir una condena histórica contra un hombre que tiene claroscuros sino ilustrar lo que los personajes sienten al verlo aparecer.

Parte de lo más conseguido la novela, a mi modo de ver, es la prosa con que das cuenta de la vida del personaje llamado Concho. Para esos trazos tajantes y violentos, que me parece que demuestran gran maestría, ¿tienes algún modelo que te haya servido de referencia, en la literatura mexicana o en cualquier otra?
Siempre pienso en el Concho como en un personaje faulkneriano, con el salvajismo del entorno y las historias sombrías de la vida rural. Encuentro relación entre la oscuridad del Deep South y las miserias de la vida rural mexicana actual, el campo arrasado por la migración, la miseria, la ignorancia, la explotación y el quiebre absoluto de las viejas promesas revolucionarias, que ya no son sino monigotes oxidados.

¿Por qué decidiste dibujar la putrefacción institucional del México contemporáneo tomando como ejemplo un sindicato ferrocarrilero?
Porque fue un sindicato famoso por combativo e inflexible en sus reivindicaciones y al cual le rompieron el espinazo. Pasamos de los sindicatos combativos a la decadencia de las paraestatales mexicanas, la era de las privatizaciones y el reinado del sindicalismo cooptado. 
Todo un movimiento obrero reducido a una caricatura. Lo que significaba un sindicato para un anarquista de los años treinta no tiene nada que ver con el sindicalismo vasallo, ni con la oficina lacia, con dos vigilantes ebrios y unas mantas del partidazo que se ve ahora en la sección sindical cerca de la que vivo.

Por supuesto, dos de los momentos que más me gustan son las apariciones, evidentes para todo el que conozca nuestra literatura, de Juan Rulfo y de Jorge Ibargüengoitia. ¿Podrías hablarme de la decisión de incluirlos y de la razón de hacerlo en la forma en que lo haces (es decir: sin decir sus nombres aunque citando el título de sus proyectos frustrados y por lo tanto haciendo inequívoca la referencia ellos)?
Es curioso que lo menciones: es casi la primera vez que me preguntan sobre ello. Muchos lectores, incluso lectores profesionales, no reparan en esas referencias, aunque para mí son evidentes. Además de abrir una subtrama que me parecía interesante y divertida, me dio la posibilidad de jugar con la ficción en torno a dos autores que admiro. Al no usar sus nombres traté de diluir la posible pedantería, ese tonito de: “Estoy haciendo un juego culterano, lector, ¿eh? No pierdas de vista lo listo que soy”. Me irrita que esos juegos sean ostentosos.

En el caso de Rulfo, me parece que parodias su forma de ser, por un lado, y por el otro haces una crítica aguda a la manera en la que se ha gestionado su legado y se ha vigilado, con un extraño celo, su imagen. ¿Qué piensas de su caso en concreto? Y ¿por qué te interesa al grado de abordarlo en tu literatura, y hacerlo de manera tan crítica?
Tengo el mayor respeto por la obra de Rulfo y el personaje me es francamente entrañable. No tanto lo demás: la neurosis del manejo “oficial” de su nombre e imagen y el intento de establecer un Rulfo canónico. Pero Rulfo sobrevive a lo que sea. 

Tu decisión de escribir “Méjico” recuerda el recurso de que echó mano Leonardo da Jandra en una de sus novelas; en ella, para reproducir el sonido del habla mexicana cambió todas las “c” y “z” escritas por “s”… ¿Hay algo de eso en tu “j”? ¿Es la jota de la pronunciación e incluso de la escritura de los españoles o el recurso esconde algún otro propósito que se me escapa? Por cierto, todavía en la primera mitad del siglo XX, esa manera de escribir “Méjico” era costumbre propia de la ideología conservadora, como muestra la escritura de un López Velarde. ¿Qué significa que adoptes esa grafía, más allá de los usos y las costumbres de tus personajes?
Bueno, en la “zona mexicana” de la novela no se usa la jota. Se usa en el terreno de los españoles. Me parecía una palabra equidistante a las dos orillas del Atlántico. El nombre de mi país pero escrito por ellos. Y sí, es una palabra provocadora en sí misma. La cantidad de gente que me ha mandado mensajes relacionados con la simple palabra, sin leer aún el libro, mensajes a veces escandalizados, es notable. Me divierte bastante. 

La estructura, que es clara y definida, quiere forzosamente que el último capítulo tenga una preponderancia en la lectura general del libro. Me parece un final optimista, pese a todo. ¿Estás de acuerdo?
Agridulce, en todo caso. La reflexión del narrador, hermana de la del personaje de León, se detiene pero me atrevo a sugerir a dónde iría: a que lo que entendemos como herencia, cultura, historia, pasión, quizá en el fondo no es sino biología y sobrevivimos lo mismo que las amebas, los reptiles y los mamíferos simples que fuimos hace millones de años.

Parecería que, en la relación actual entre literaturas, España y México suceden en orillas más apartadas que nunca. Tu novela representa un puente, en el sentido histórico porque parte de la guerra civil y tiene como personajes a algunos españoles que se refugian en México, pero también en un sentido de actualidad, ya que uno de los descendientes de esos refugiados viaja a la España de este siglo, para huir de la violencia. ¿Conoces otros ejemplos de este género de relación literaria entre ambos países?
Bueno, es una relación con una historia inmensa. Si nos quedamos solo con el siglo XX, con Reyes o Paz, de un lado, y Valle-Inclán y hasta Blasco Ibáñez del otro… Y luego, con el exilio, tantos y tantos autores, formados o por formar. Cernuda, Deniz, Luis Villoro, Garfias (a quien conoció mi madre), Xirau, Segovia. Ahora pareciera que vivimos de espaldas pero aún hay lazos. Vila-Matas es un ejemplo, su condición asumida de discípulo de Pitol. Curiosamente, aunque muchos escritores de mi generación han vivido en España eso se registra poco o nada en lo que escriben. En cambio, obras como las de alguien un poco mayor como Jordi Soler, que he leído con avidez y que fueron fundamentales para que escribiera este libro, están en esa bisagra que tanto me interesa.

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Al pedirle a Ortuño una foto de su madre, Elisa Sahagún, para ilustrar esta entrada de Siglo en la brisa, le cuento que la mía también es española, que a más de cincuenta años de su llegada a Méjico sigue ceceando como el primer día y que también canta espléndidamente. Esto es lo que me responde él: “Mi madre en varias ocasiones manifestó su intención de narrar la historia de algunos episodios de su vida. Tenía para tal efecto una grabadora pequeñita, de reportero. Cuando murió encontramos una cinta puesta en el aparato. No grabó ninguna historia, sino unas diecisiete canciones a capella, entre cuplés, rumbas, zarzuelas, etcétera. No he podido oírlo completo, todavía no. Es muy difícil.”

El retrato de Antonio Ortuño que ilustra este post procede de su página de Facebook; pertenece originalmente a Sin Embargo y es de Francisco Cañedo (http://bit.ly/1CfUOia). El retrato de Juan Rulfo es de Juan Miranda. El de Ibargüengoitia de joven, sorprendido en un bostezo, fue portada de la revista Tierra Adentro cuando yo diría ese programa cultural. Tomo el resto de las imágenes de la red.

viernes, 15 de enero de 2016

La veta es el maestro (prólogo de Croquis)


El proyecto de hacer este libro nació en el momento en el que Alberto Kalach tuvo en sus manos el hermoso número monográfico que Artes de México dedicó a Carlos Mijares. ¿Qué faltaba a aquella entrega, tan rica como para incluir fotografías de una obra que el propio arquitecto nunca vio terminada?
Dibujos, apuntes, especulaciones, bocetos, ideas en germen. Eso que los arquitectos llaman “croquis”, echando mano de un extraño galicismo que el diccionario define como “diseño que se hace a ojo, sin valerse de instrumentos geométricos, hecho sin precisión ni detalles”. Es decir, toda esa parafernalia que acompaña la etapa creativa del trabajo arquitectónico y que poco a poco van perdiendo las nuevas generaciones, caídas en la indigencia a la que a veces conduce la tecnología. La improvisación de la mano suelta, que unas veces sigue y otras empuja al pensamiento. El trazo libre del lápiz sobre el cuaderno en blanco, que a veces avizora lo que la mente ni siquiera ha imaginado.
Entonces un grupo de amigos entre los que tengo la fortuna de contarme empezó a frecuentar a Mijares en su delicado estudio de atmósfera japonesa en un conjunto de edificios de Copilco: Alberto Kalach mismo, desde luego, el maestro Humberto Ricalde, la fotógrafa Martirene Alcántara. También, de tarde en tarde, algún invitado cuidadosamente seleccionado que hubiera compartido con Mijares la amistad y el trabajo, como su antiguo alumno y socio Aurelio Nuño. 
Todo el que conoce a Carlos Mijares sabe que es un gran conversador, que el ámbito de sus intereses cubre la cultura en su sentido más amplio y que su relación con sus colegas de otras generaciones ha sido siempre fluida y constante, así que decidimos simplemente conversar con él delante de una grabadora, para ver qué salía.
Como nuestro propósito era echar un ojo a su obra dibujada, de la que teníamos noticias por haberla conocido aquí y allá, siempre de manera parcial e inconstante, lo primero que salió a la plática fue la serie de diecinueve cuadernos que custodia la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México. La idea de incorporar al proyecto a Martirene Alcántara, talentosa fotógrafa a la que Mijares invitó originalmente a que hiciera algunas imágenes del encuentro, surgió de manera natural en cuanto nos dimos cuenta de que el corazón del libro deberían de ser precisamente los cuadernos, incluso como punto de partida de las conversaciones.
Temeraria como es, Martirene propuso fotografiar página por página cada uno de los cuadernos, algunos de los cuales tienen hasta 200 hojas y que en total hacen unas dos mil páginas. Semejante decisión no sorprende a quien sabe que ella fue quien, contra toda prudencia y consejo —incluido nada menos que el del jefe de la policía estatal—, tomó la decisión de visitar el pueblo michoacano de La Coyota para hacer las fotos que publicó Artes de México de una capilla que el arquitecto dejó en obra negra. 
El caso es interesante por el feliz destino de aquel proyecto llevado a puerto con fidelidad a su plan original que apenas alcanzó a explicar de manera oral, sin planos ni indicaciones por escrito, digamos que con una serie de croquis conversados, al maestro albañil encargado de llevarlo a cabo. También, porque supone un buen ejemplo del género de trabajo que prefiere Mijares, en el que sus colaboradores conservan un importante margen de aportación respectiva.
Por supuesto que había un riesgo: que los diálogos no ahondaran suficientemente en ninguno de los temas abordados. Pero la provisionalidad es una de las características del croquis, que por naturaleza resulta tentativo y perentorio, y nos pareció que su espíritu debía darnos la pauta para este libro, contagiando cada una de sus partes: las conversaciones, es verdad, pero también los añadidos escritos del propio arquitecto e incluso su ordenamiento gráfico. Lo que tiene que ver con otra enseñanza básica de Mijares: el que el material esconde la semilla de su propio desarrollo. O dicho de otra manera: que la veta es el maestro. ¿Qué es el croquis? Al definirlo, trazaremos una definición de la serie de dibujos que esta edición da a conocer. Oigamos a Carlos, de quien tomo estas frases que fui pescando mientras fluía el diálogo:
Los croquis son especulaciones abiertas, procesos de pensamiento que sirven más aun a quien los hace que a quienes están dirigidos.

Son sugerencias abiertas y distan de querer ser respuestas concisas y definitivas.

Los croquis revelan el procedimiento, el cómo de las cosas, y no son necesariamente la solución a los problemas.

Los croquis dicen poco pero incluyen mucho. O dicen sólo una parte, y ésta muy abocetada y genérica.

¿Por qué hace uno un croquis? Porque el lenguaje no basta.

A veces son sólo ejercicios para mantenerse en forma.

Un croquis sirve para abrir y abrirte posibilidades. En ese sentido es que es muy rico porque permite muchas lecturas.


Fue reflexionando en estas definiciones que nos pareció que la transitoriedad de los croquis justificaba el género de diálogo que estábamos llevando a cabo, y le garantizaba de paso una naturalidad agradecible, como la del agua que corre. Así, las conversaciones serían, a la expresión de las ideas incontrovertibles y acabadas, lo que los croquis a las obras tal y como se pensaron, aunque a veces no hayan sido llevadas a la realidad, de ésa o de ninguna otra manera: abiertas tanto como espontáneas; libres lo mismo que imperfectas. Trazos sueltos de lo que piensan y defienden quienes están conversando.
Homenaje de un arquitecto a otro, la sintaxis de este volumen, es decir el orden y la relación de un dibujo respecto al que le sigue y al resto del conjunto, es el resultado de la revisión y la lectura de todas y cada una de las imágenes de los cuadernos de Mijares hecha por Kalach, quien terminó proponiendo un minucioso armado con base en sus virtudes visuales, más que temáticas o cronológicas.
Cuando estábamos más metidos grabando las conversaciones con los dibujos frente a nosotros, y los encuentros empezaban a tomar ritmo, y los diálogos se ligaban entre sí de una manera cada vez más natural, murió Ricalde, entrañable amigo de los dos arquitectos y uno de los más penetrantes maestros y comentaristas de la arquitectura mexicana. 
No pocos se dieron cuenta de que con él se apagaba una de las voces más certeras y apasionadas de la conversación pública sobre la arquitectura, empezando por quienes estábamos involucrados en este libro. Si no todo lo que hubiéramos deseado, su entusiasmo a toda prueba, la perenne juventud de sus setenta años y su capacidad crítica no dejaron de echar luz sobre este libro.
Como todos los artistas que nunca dejan de trabajar, Mijares imaginó muchísimo más de lo que pudo llevar a la realidad concreta y una parte amplia de esas imaginaciones está en este libro. Varios hombres de cultura hay en su generosa naturaleza, proclive al abrazo y el afecto: el humanista, el utopista, el tipógrafo, el inventor, el urbanista, el decorador, incluso el ingeniero, y estos Croquis dan ampliamente cuenta de ellos. Además de su breve y contenida obra, llena de enseñanzas de eficacia y belleza, Mijares proyectó infinidad de espacios, muchísimos más de los que alcanzó a construir, y en su larga carrera de imaginante fue dejando bibliotecas, palacios legislativos, templos, palomares, casas y edificios de vivienda, espacios de recreo… Por suerte, contamos con el registro gráfico de muchas de esas imaginaciones, con esas ideas en germen y el desarrollo de esas intuiciones, material valiosísimo cuando se trata de conocer el pensamiento de un arquitecto. Eso es lo que ofrece este libro.

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Excepto la foto de Mijares y Kalach en diálogo, que es mía, y la del arquitecto sentado a su restirador en la primera madurez, que pertenece al archivo de la familia Mijares, todas las imágenes que ilustran este post (fotos de obra, estampas arquitectónicas y retratos) son de Martirene Alcántara.

Más sobre Carlos Mijares en este blog:

Presentación de Croquis en Guadalajara, http://bit.ly/1J7bRGl

Sobre una escalera de Luis Barragán,http://bit.ly/1Q43fm2  

Obra maestra, http://bit.ly/1pVjqTH
Ruinas de Antigua, http://bit.ly/1HbRvJh
Visión de su trabajo en Michoacán, http://bit.ly/QFoXOY