viernes, 27 de noviembre de 2015

Retrato de hombre en iglesia


Como parte del grupo de participantes del último Encuentro de Poetas del Mundo Latino, estuve hace un mes en el pueblo de Pabellón de Hidalgo, en el municipio de Rincón de Romos, en el tercio norte del estado de Aguascalientes, donde visitamos el Museo de la Insurgencia en que fue reconvertida en 1964 la casa grande de la antigua hacienda de San Blas. 
Su amplio patio es ahora un jardín de cactáceas, en uno de cuyos extremos se alza, como una excepción, una soberbia araucaria. Los guías del museo explican que en ese lugar fue despojado Miguel Hidalgo del mando de las tropas insurgentes, después de la crucial derrota de Puente de Calderón. Antes de comer, por cierto en un hermoso patio secundario, pudimos apreciar las últimas páginas de un documento que, según se nos dijo, no es otro que el del proceso de degradación eclesiástica que el cura insurgente afrontó antes de ser fusilado en Chihuahua el 30 de julio de 1811. 
Foto de Pascual Borzelli Iglesias
Después de hacer una foto de grupo, y poco antes de tomar el autobús de regreso a la capital del estado, visitamos la iglesia del pueblo, en la que presencié una conmovedora imagen que comparto ahora con quienes siguen este blog.
Como puede verse en la fotografía, la fachada del pequeño templo combina con gracia los dos extremos del estilo virreinal mexicano: si la portada remite a los usos del primer siglo de la conquista (una pared casi desnuda, coronada de almenas), el elemento que la remata, que en concordancia con la sencillez de la fachada debería corresponder a una simple espadaña, es un campanario barroco en toda la extensión del término. (Del lado opuesto al del campanario, por cierto, el templo luce unos contrafuertes trazados con ejemplar despliegue espacial.)
En la última banca de la pequeña iglesia estaba sentado un anciano, quizás rezando en silencio, con la mirada dirigida hacia el altar. Por encima de su cabeza, desde el lugar desde donde yo lo vi por primera vez, conforme me encaminaba hacia la puerta buscando ya la salida, descubrí una singular imagen de bulto de San Isidro Labrador. 
En la imagen, que procedí a fotografiar, el santo patrono de la ciudad de Madrid (dato que me recordó el poeta gaditano José Ramón Ripoll, que iba conmigo) aparece conduciendo una yunta de bueyes.
Después de fotografiar al santo en su actividad agrícola, me di cuenta de que el anciano que estaba a mi derecha y adelante había dejado su bastón y su sombrero a la puerta misma del templo, debajo de una pila de agua bendita que había en aquel lugar. 
Acudí a hacerle una foto a esos objetos; volví luego sobre mis pasos y le pedí a él si me dejaba hacerle un retrato, con la idea de meterlo en el mismo cuadro en que se apreciaran aquellos objetos. Él asintió con la cabeza. Luego miró hacia el objetivo de mi cámara, con perfecta naturalidad.


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El retrato de grupo que forma parte de este post es de Pascual Borzelli Iglesias y fue tomado el pasado domingo 25 de octubre en el patio del Museo de la Insurgencia, en Pabellón de Hidalgo, Aguascalientes. Las demás fotografías son mías.

En la foto al lado de estas líneas, los poetas José Javier Villarreal (México) y Miguel Anxo Fernán Vello (España), en el interior del templo de Pabellón de Hidalgo.

Más sobre el XVII Encuentro de Poetas del Mundo Latino en este blog:
Una galería de algunos poetas, http://bit.ly/1kjcKA4

viernes, 20 de noviembre de 2015

Borges descubre la poesía


Entre 1967 y 1968, Borges dictó seis conferencias sobre poesía en la Universidad de Harvard. El poeta argentino, que se acercaba a los 70 años de edad, dedicó la última de ellas a hablar de su experiencia personal con el género, en el que escribió sus primeros libros y al que volvió en la edad madura, sólo después de explorar el cuento con extraordinario éxito. 
En los momentos iniciales de esa charla, debidamente transcrita, traducida y publicada bajo el nombre de “Credo de poeta”, Borges se refirió al momento exacto en que sintió por vez primera la revelación de la poesía: fue de niño, oyendo a su padre leer la celebérrima “Oda a un ruiseñor” de John Keats. Aquí el pequeño fragmento, que transcribo para los lectores de Siglo en la brisa. El texto forma parte del precioso y estimulante librito Arte poética, reunión de las seis conferencias de Harvard, que la barcelonesa Editorial Crítica publicó en español en 2001 (traducción de Justo Navarro; prólogo de Pere Gimferrer; edición, notas y epílogo de Calin-Andrei Mihailescu).

Credo de poeta (fragmento inicial)
por Jorge Luis Borges
Mi propósito era hablar del credo del poeta, pero, al examinarme, me he dado cuenta de yo sólo tengo un credo vacilante. Este credo quizá me sea útil a mí, pero difícilmente servirá a otros. De hecho, considero todas las teorías poéticas meras herramientas para escribir un poema. Supongo que deben de existir muchos credos, tantos como religiones o poetas. Aunque al final diré algo sobre mis gustos y mis aversiones a la hora de escribir poesía, creo que empezaré con algunos recuerdos personales, los recuerdos no sólo de un escritor sino también de un lector. Me considero esencialmente un lector. Como saben ustedes, me he atrevido a escribir; pero creo que lo que he leído es mucho más importante que lo que he escrito. Pues uno lee lo que quiere, pero no escribe lo que quisiera, sino lo que puede. Mi memoria me devuelve a una tarde de hace sesenta años, a la biblioteca de mi padre en Buenos Aires. 
Estoy viendo a mi padre; veo la luz de gas; podría tocar los anaqueles. Sé exactamente dónde encontrar Las mil y una noches de Burton y La conquista del Perú de Prescott, aunque la biblioteca ya no exista. Vuelvo a aquella vieja tarde suramericana y veo a mi padre. Lo estoy viendo ahora mismo y oigo su voz, que pronuncia palabras que yo no entendía, pero que sentía. Esas palabras procedían de Keats, de su Oda a un ruiseñor. Las he vuelto a leer muchas veces, como ustedes, pero me gustaría repasarlas de nuevo. Creo que le gustará al fantasma de mi padre, si está cerca. Los versos que recuerdo son los que en este momento les vienen a ustedes a la memoria:

Thou wast not born for death, immortal Bird!
No hungry generations tread thee down;
The voice I hear this passing night was heard
In ancient days by emperor and clown:
Perhaps the self-same song that found a path
Through the sad heart of Ruth, when, sick for home,
She stood in tears amid the alien corn.

(Tú no has nacido para la muerte, ¡inmortal pájaro!
No han de pisotearte otras gentes hambrientas;
la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron
en los días antiguos el labriego y el rey;
quizá este mismo canto se abrió camino al triste
corazón de Ruth, cuando, con nostalgia de hogar,
llorando se detuvo en el trigal ajeno.)

Yo creía saberlo todo sobre las palabras, sobre el lenguaje (cuando uno es niño, tiene la sensación de que sabe muchas cosas), pero aquellas palabras fueron para mí una especie de revelación. Evidentemente, no las entendía. ¿Cómo podía entender aquellos versos que consideraban a los pájaros –a los animales– como algo eterno, atemporal, porque vivían en el presente? Somos mortales porque vivimos en el pasado y el futuro: porque recordamos un tiempo en el que no existíamos y prevemos un tiempo en el que estaremos muertos. Esos versos me llegaban gracias a su música. Yo había considerado el lenguaje como una manera de decir cosas, de quejarse, o de decir que uno estaba alegre, o triste. Pero cuando oí aquellos versos (y, en cierto sentido, llevo oyéndolos desde entonces) supe que el lenguaje también podía ser una música y una pasión. Y así me fue revelada la poesía.

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La conferencia titulada “Credo de poeta” puede leerse íntegramente en este lugar: http://bit.ly/1NG6KZx

El retrato de Borges es de Humberto Rivas, y fue hecho en 1972: lo tomo prestado de http://bit.ly/1PD3moh. La foto de familia muestra a los Borges, padre (Jorge Guillermo), madre y hermanos, al llegar a Ginebra en 1914. La tomo también de la red.

Más sobre Borges en este blog:
Lee poema en la Sala Ollin Yoliztli, http://bit.ly/1n26rgE
Visita los baños de San Ildefonso, http://bit.ly/9aenhb 
Se pronuncia sobre el prestigio del sistema decimal, http://bit.ly/17bOcNo
El primer aspecto que tuvo su tumba en Ginebra, http://bit.ly/14vLgjq
El gomero de la Plaza San Martín, http://bit.ly/12ON7aX


viernes, 13 de noviembre de 2015

Prólogo a La provincia inmutable (fragmento)


El número de este mes de la revista Este País publica el prólogo que escribí para la primera edición mexicana de La provincia inmutable. Estudios sobre la poesía de Ramón López Velarde, el magnífico libro de Martha Canfield.
A pesar de su importancia, ese libro, que fue publicado por única vez hace casi 35 años en Italia (por cierto, en lengua española), es prácticamente desconocido en México. Precisamente por él, su autora, poeta y maestra universitaria uruguaya, avecindada en la ciudad de Florencia desde 1977, recibió este mismo año el premio que lleva el nombre del gran poeta jerezano.
Por fortuna, el editor José Ángel Leyva, con el apoyo del gobierno del estado de Zacatecas, pondrá en breve fin a esa lamentable omisión del ámbito velardiano mexicano. Reproduzco a continuación las dos primeras páginas del prólogo, que puede leerse entero en el número de este mes de la revista que dirige Malena Mijares. Gracias a ella y a su equipo, encabezado por Nacho Ortiz Monasterio y Jessica Pérez Covarrubias, responsables de la revista en que este texto ve la luz.

Prólogo a La provincia inmutable, de Martha Canfield (primeras dos páginas)
Por FF


Durante las últimas décadas, la crítica especializada en la poesía de Ramón López Velarde ha trabajado con una grave omisión bibliográfica. El libro que el lector tiene en las manos, uno de los más sensibles e inteligentes que se han escrito sobre el poeta de Jerez, se publicó en Italia hace casi 35 años y durante todo ese tiempo ha sido prácticamente ignorado por los expertos en el tema. 
En 1981, cuando la Casa Editrice D’Anna, en colaboración con la Università degli Studi de Florencia, lo dio a conocer, por cierto en lengua española, como parte de las ediciones del Istituto Ispanico de la Facoltà di Magistero, todavía estaban en activo los principales estudiosos de la obra de López Velarde de la generación pasada: Octavio Paz, por supuesto, que siempre que pudo retocó e hizo correcciones y añadidos a su famoso ensayo de 1965, incluso hasta el año de 1991, cuando publicó una segunda edición revisada; Allen W. Phillips, que en 1988, un cuarto de siglo después de su esencial estudio, “retornó”, como diría él, a un tema del que tanto sabía; José Luis Martínez, quien en 1990 lanzó su segunda y definitiva edición de las Obras, publicada por el Fondo de Cultura Económica, que incluye una historia detallada, año por año, de cuanto asunto de relevancia hubiera ocurrido en relación con el poeta de La sangre devota. Poco antes, cuando se celebraron las fiestas del centenario del nacimiento de López Velarde, que presidió el propio Martínez, nadie se acordó del libro de Martha Canfield. Continuadores de estos estudiosos, la mayoría de los investigadores que siguieron, al ignorar su existencia, no hicieron ningún esfuerzo por conocerlo.
Y no es que nadie hubiera dicho nada: en junio de 1983, un escritor tan conocido como José Emilio Pacheco manifestó su entusiasmo por el libro en un lugar tan notorio como la columna que mantenía en la revista Proceso. (El texto se llama “La patria espeluznante” y está recogido en La lumbre inmóvil, volumen editado por el Instituto Zacatecano de Cultura en 2003; Martínez, por cierto, siempre pendiente de tomar nota, dejó pasar la mención sin registrarla.) Se trata de una reseña elogiosa, en la que La provincia inmutable se presenta como “una interpretación lúcida, original y estimulante”; si bien yerra al describirlo como “un ensayo de crítica literaria a partir de Freud revisado por Lacan”, cosa que no es, Pacheco plantea con nitidez las principales ideas de la compleja lectura de Martha Canfield. El estudio lo convence al punto de proponerse apoyar su tesis principal aportando algunos datos sobre la vida y la personalidad de las mujeres que marcaron la existencia del poeta.
Alguien podría justificar la omisión de la crítica argumentando que, ya que el libro no ha sido precisamente asequible, lo normal es que no se haya conocido como debería, pero ni siquiera eso ha sido así, o no al menos durante los últimos años: es verdad que desde hace mucho es difícil dar con un ejemplar de aquella única edición italiana, de tapas amarillas y menos de 150 páginas, pero el estudio de Martha Canfield ha podido leerse, bajarse de internet e imprimirse sin el menor problema desde hace por lo menos un lustro porque forma parte de la Biblioteca Virtual Cervantes, donde ha estado accesible para todo el que se haya interesado en él.
Desde luego que nada de esto importaría si habláramos de un libro marginal, de modestas aportaciones al conocimiento del más querido de nuestros poetas. Con la concesión del Premio Ramón López Velarde a su autora, poeta, catedrática universitaria y traductora nacida en Uruguay en 1949 y establecida en Florencia desde 1977, y una de las principales autoridades en la obra de algunos autores como Jorge Eduardo Eielson, Álvaro Mutis o Mario Benedetti, se ha vuelto urgente leer su libro y acaso inaugurar, a partir de su aparición en México, un nuevo capítulo de la discusión que cíclicamente enciende la obra del poeta jerezano, con más razón ahora que asoma en el horizonte el año de 2021, cuando conmemoraremos el centenario de su muerte.
Este libro, que se imprime por segunda vez en seis lustros y por vez primera en México, no sólo es uno de los más sensibles e inteligentes que se han escrito sobre la poesía de López Velarde sino también uno de los más audaces. Rico en ideas e interpretaciones, lanza algunas osadas hipótesis que merecen ser divulgadas y discutidas con toda seriedad. Los intereses de su autora se centran en dos aspectos  ontra del estudio de Canfield.esta rima:ma ella.poemas, leva mLtews mplo mibirla muerte del poeta, ebnque corren paralelos y de cuando en cuando se entrecruzan a lo largo de su estudio: por un lado es un perceptivo análisis estilístico; por el otro, una penetrante lectura psicoanalítica del caso velardiano.
[…]

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El prólogo completo puede leerse aquí: http://bit.ly/1N2DhyE

El retrato de Martha Canfield es de Pascual Borzelli

Más sobre Martha Canfield en este blog:
Análisis de “Mi prima Águeda”, de López Velarde, http://bit.ly/1kUH7pz

viernes, 6 de noviembre de 2015

Duelo, de Francisco Toledo

La exposición del genial Francisco Toledo que puede verse estos días en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México simplemente no tiene desperdicio. Duelo, como se llama, reúne un centenar de piezas de cerámica presentadas con perfecto sentido del orden espacial, de acuerdo a sus valores semánticos, formales o cromáticos, por cierto sin innecesarias fichas informativas, en un solo ámbito que se recorre con naturalidad, según quiere el espíritu moderno del edificio de Chapultepec.
No es éste el lugar ni soy yo la persona ideal para exponer las razones de su aportación al arte y a la discusión social y política mexicana, lo que sin duda harán mis colegas y amigos críticos. Me limito a mencionar las intensas emociones que produjo en mí la demorada visita que hice la mañana de ayer. Duelo es una fiesta de belleza, aun oscura y de cuando en cuando terrible, pero es también una muestra del portentoso sentido estético y extraordinario buen gusto de este artista. Toledo, siempre interesado en enriquecer sus registros y en moverse entre técnicas y procedimientos diversos, desarrolló este mismo año una admirable serie de cerámicas, por cierto sin dibujos preliminares, algunas de las cuales contagian una emoción de suspender el aliento.
La exposición es un “tributo a las víctimas de la violencia, la tortura y la injusticia”, como explica la directora del museo, la crítica de arte Sylvia Navarrete. Ella misma dice que “el tema de la muerte evoca, en un registro trágico, nuestra realidad contemporánea, pero su escenificación reviste calidad de ritual, como si el fuego mismo de la horneada conllevara un efecto de purificación”. Y añade este párrafo, que me permito copiar completo: “El barro recobra su capacidad para ‘encarnar’ la anatomía y las emociones: convocan la noción de dolor los rostros defenestrados, calaveras, urnas, mecates y mordazas; en un proceso de metamorfosis frenética, el bestiario de perros, gusanos, murciélagos, cangrejos y pulpos se acopla con el reino vegetal y el género humano, en una ronda macabra donde resuenan ecos de las mitologías medievales, prehispánicas e indígenas”.
Después de recorrer la exposición, hice unas cuantas fotos. No valen mucho como imágenes: bien saben quienes me leen que no soy más que un fotógrafo aficionado. Además, como no sospechaba que me interesaría hacer fotos, no llevaba más que la cámara de mi teléfono celular. Publico aquí unas cuantas, sin mayor objetivo que el de invitar a vivir la experiencia de una exposición que, sin el mínimo riesgo a equivocarme, me apresuro a llamar inolvidable.






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Más sobre artes plásticas en este blog:
Alcántara, http://bit.ly/1Q7ANPP
Portadas para niños de J. G. Posada, http://bit.ly/OTvwyW 
Siete imágenes del Códice Laud, http://bit.ly/13dmUao
Mi último encuentro con Vlady, http://bit.ly/1fKoWm7
El azul pintado más hermoso del mundo, http://bit.ly/V3HU0F
Carlos Mijares en Michoacán, http://bit.ly/P3xWqu
El museo imaginario de Marcel Proust, http://bit.ly/V3ICep