viernes, 28 de noviembre de 2014

Tres sonetos (eróticos) dorados


Por sentimiento de culpa, es cierto, pero sobre todo por gozo genuino, un gozo que amenaza con reventar por las cinchas de mi caballo, me intereso en conseguir y leer todo lo que Antonio Alatorre escribió sobre poesía. Explico el sentimiento de culpa: un día, el célebre filólogo aceptó descender del Olimpo de los estudios de posgrado para dar un curso de historia de la métrica a los alumnos de licenciatura. 
Allí estuve y por eso puedo asegurar que la vitalidad naturalísima, la transparencia y la belleza de su prosa, que no creo que sea exagerado decir que es una de las mejores del siglo XX mexicano, para nada correspondían a su expresión hablada, o al menos no en el aula, o no al menos frente a los cien alumnos que lo escuchamos durante aquella primera sesión perorar con torpeza sobre los objetivos del curso y repartir unas fotocopias hechas torpemente, visto lo cual, pletórico de imperdonable y torpísima arrogancia juvenil, decidí no asistir ni siquiera a la segunda sesión. Ahora, pasado un cuarto de siglo, arrepentido de tan gravosa decisión, me dedico a rastrear hasta el último de los artículos que escribió sobre poesía clásica quien más supo de ella en sus tiempos en México. Así las cosas, no es necesario que explique el gozo imperioso con que lo procuro y leo.
Estos días ha tocado turno, con el placer acostumbrado, a su delicioso librito sobre el sueño erótico en la poesía de los siglos de oro (frase que escribo por una vez sin las mayúsculas iniciales, tal y como hace él), editado en 2002 por el Fondo de Cultura Económica. Copio a continuación tres de los muchos sonetos que escoge y comenta a lo largo de sus páginas: primero, cada uno de los sonetos; luego, o antes, o después, o aun entre ellos, los párrafos con que los ubica y comenta. Por último, entre corchetes, algunas anotaciones mías, acaso las preguntas que le hubiera hecho en caso de poderlos comentar con él.

Tres sonetos (eróticos) dorados
Por Antonio Alatorre

1. “Galanio, tú sabrás que esotro día” de Francisco de Aldana
Tampoco hay desengaño alguno en este soneto de Francisco de Aldana:

Galanio, tú sabrás que esotro día,
bien lejos de la choza y el ganado,
en pacífico sueño transportado
quedé junto a una haya alta y sombría 

cuando –¿quién tal pensó?– Flérida mía
traída allí de amigo y cortés hado
llegose y un abrazo enamorado
me dio, cual otro agora tomaría. 

No desperté, que el respirado aliento
della en mi boca entró, süave y puro,
y allá en el alma dio del caso aviso,

la cual, sin su corpóreo impedimento
por aquel paso en que me vi te juro
que el bien casi sintió del Paraíso.

¡Qué delicadeza! Los cuartetos son un relato seguido: ‘El otro día, en la soledad del campo, me dio sueño y me dormí, y estando así llegó Flérida y me dio un abrazo apretadísimo’. Se esperaría enseguida un ‘Entonces desperté’ pero lo que tenemos es un No desperté. La idea de que cuando dormimos queda libre el alma de su “corpóreo impedimento” está trabada con la concepción no platónica (a menudo cristianizada) del cuerpo como cárcel o estorbo del alma. Ésta, como dice sor Juana, queda liberada en el sueño “de aquella que impedida / siempre la tiene, corporal cadena” (Primero sueño, versos 298-299).
[Para mí, un bellísimo nuevo ejemplo de la famosa sutileza del Aldana; también, del flujo perfectamente armónico que contagia la caída de sus versos. De esto último me parece un perfecto ejemplo ese “te juro” del final del penúltimo verso. Me fascina, y marco a lápiz en mi ejemplar del libro de Alatorre, el “casi” del verso final, que lo hace incomparablemente humano y hermoso.]

2. “La cumbre, o casi de la poesía de sueño erótico”, de Francisco de Medrano
[...] el soneto de Francisco de Medrano que viene a continuación debe leerse en silencio (tal vez con un fondo de música en pianissimo). Es una de las cumbres –si no la cumbre de la poesía de sueño erótico–:

No sé cómo, ni cuándo, ni qué cosa
sentí, que me llenaba de dulzura;
sé que llegó a mis brazos la hermosura
de gozarse conmigo codiciosa.

Sé que llegó, si bien con temerosa
vista resistí apenas su figura;
luego pasmé, como el que en noche oscura,
perdido el tino, el pie mover no osa.

Siguió un gran gozo a aqueste pasmo o sueño
–no sé cómo, ni cuándo, ni qué ha sido–
que lo sensible todo puso en calma.

Ignorarlo es saber; que es bien pequeño
el que puede abarcar solo el sentido,
y éste pudo caber en sola el alma.

“No desperté”, dice Aldana en el soneto que antes vimos. Medrano, en cambio, dice “No sé cómo…” (verso 1), repite “No sé cuándo…” (verso 10), y concluye que “ignorarlo es saber”. La sutileza del soneto es verdaderamente “celestial” y no ha faltado quien lo lea como relato de una experiencia mística. 
No, dice Dámaso Alonso, Medrano no es poeta místico, aunque a las imágenes de su soneto “algo de lo divino se les ha pegado ya para siempre, y les queda flotando alrededor como una delicada fragancia ideal. Sólo por eso ha podido atreverse Medrano a describir en términos más explícitos e inequívocos que ningún otro poeta español (para un paralelo habría que pensar en John Donne) la unión amorosa”. Sí, un gran soneto, una muestra maravillosa de lo que llamaríamos “espiritualización” del amor carnal, meta del neoplatonismo renacentista.
[En nota, comentando el décimo verso, añade Alatorre:] Seguramente se acordaba Cervantes de este soneto al contar en el Viaje del Parnaso (III, 353-355) cómo Apolo le da un buen abrazo “a don Juan de Arguijo, / que no sé en qué, o cómo, o cuándo hizo / un áspero vïaje y tan prolijo” (desde Sevilla hasta el monte Parnaso).
[Me encanta el cuarto verso: el adjetivo “codiciosa” está puesto, me parece, con enorme tino. Lo que no entiendo es que Alatorre deje sin comentar el sexto verso, que acentúa en quinta, y por lo tanto resulta forzado.]

3. “Varia imaginación que, en mil intentos” de Luis de Góngora
Abundan los sonetos que ponderan la osadía del “pensamiento” puesto en una dama altiva e inaccesible, osadía parangonable con la de un Ícaro y un Faetonte. Prescindo de ellos, y atiendo sólo a los que insisten en la terquedad del pensamiento, en el obsesivo estar imaginando. Y hay cuatro de fines del siglo XVI y comienzos del XVII que apostrofan justamente a la Imaginación, a semejanza de los que apostrofan al Sueño. El primero en orden cronológico –y también en el orden artístico– es el de Góngora:

¡Varia imaginación que, en mil intentos,
a pesar gastas de tu triste dueño
la dulce munición del blando sueño,
alimentando vanos pensamientos!

Pues traes los espíritus atentos
sólo a representarme el grave ceño
del rostro dulcemente zahareño
(gloriosa suspensión de mis tormentos),

el sueño, autor de representaciones,
en su teatro, sobre el viento armado,
sombras suele vestir de vulto bello:

síguele; mostraráte el rostro amado,
y engañarán un rato tus pasiones
dos bienes, que serán dormir y vello.

Góngora tomó como modelo el “Pensier, che mentre di formarmi tenti…” de Tasso, pero su soneto, escrito a los 23 años, es más elaborado, más exquisito, mucho más bello. Basta comparar el primer terceto de uno y otro. Tasso se limita decir que el sueño suele fingir el semblante y la voz de la dama esquiva; Góngora desarrolla maravillosamente la idea: el sueño es un “autor de representaciones”, es decir, empresario o director de una compañía teatral: el “autor” contrata actores, dispone los decorados, elige vestuario, dirige la acción. (De manera parecida, como vimos, Francsco Beccuti había visto el sueño como “arquitecto” de un suntuoso palacio.) 
Creo útil reproducir la nota que acompaña a este soneto en mis Fiori di sonetti: hay que sobreentender un nexo entre el segundo cuarteto y el primer terceto. ‘Pues tanto insistes, oh imaginación mía, en representar un rostro bello pero de gesto arisco (pues tan buena representante –‘actriz’– has demostrado ser), te propongo que te unas a esa espléndida compañía teatral dirigida por el Sueño: así el bello rostro podrá mostrárseme afable (y, además, dejará de atormentarme el insomnio). Los dos sonetos, el de Tasso y el de Góngora, nos hacen pensar en el epigrama del viejo Agatías, con su ruego a las madrugadoras y parleras golondrinas: “Dejadme reposar un breve instante, / y entre sueños tal vez la fantasía / querrá mostrarme aquel gentil semblante”.
[Este tercero soneto, aunque desde siempre conocido por mí, nunca lo entendí a detalle hasta que leí la explicación de Alatorre. En una primera lectura sentimos que hay algo inconexo en él; la explicación alatorriana hace que todo case, y que ese todo, con su originalísima idea central, resulte especialmente notable.]
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La imagen que abre este post es de Lucas Cranach, El Viejo: La ninfa de la fuente (ca. 1530-1534); está en el Museo Thyssen-Borzemiza de Madrid. El retrato de Antonio Alatorre es de Toni Beatty.

Más sobre Antonio Alatorre en este blog:
Epístola a Horacio, http://bit.ly/1zgFjmF

Más poesía clásica en Siglo en la brisa:
Un soneto de Lope de Vega (quien aparece en el grabado de la derecha), http://bit.ly/1rbn53J
Los versos marinos de Francisco de Aldana, http://bit.ly/1yS7C7B
Sobre Andrés Fernández de Andrada, http://bit.ly/9xgKZQ
Poesía y tradición, http://bit.ly/RjEfdE


viernes, 21 de noviembre de 2014

Contra la fotografía de paisaje


También por estos días empieza a circular mi libro Contra la fotografía de paisaje (Libros Magenta / DGP de Conaculta). Para presentarlo adecuadamente a quienes se asoman a Siglo en la brisa, publico a continuación las brevísimas notas descriptivas de cada uno de los catorce trabajos que aparecen en sus páginas, y que escribí cuando estaba en busca de editor. El volumen está conformado por trece ensayos literarios sobre los más diversos temas (Proust, Borges, Calvino, Salvador Elizondo, Deniz, Lizalde, Teixidor, etc.), más la entrevista que hice por escrito a mi viejo maestro, el editor hispanomexicano Federico Álvarez. Todos esos trabajos aparecieron en diversas publicaciones mexicanas a lo largo del último lustro.

1. Mi carta de Proust, a subasta
La carta de Marcel Proust que traduje y publiqué en una pequeña revista universitaria en los años ochentas, sale a venta en la Casa de Subastas Morton. (En la imagen, Robert de Montesquiou, a quien está dirigida mi carta, retratado por Boldini).

2. A la puerta de Salvador Elizondo
Evocación de las lecciones que el autor de Farabeuf daba en su inolvidable Seminario de Poesía en la Facultad de Filosofía y Letras. (En la foto, que tomé con una Canon RM que era de mi padre, puede verse la casa en la que Elizondo vivía en Coyoacán por los tiempos en que yo asistía a su clase.)

3. Mi vuelta al mundo en ochenta días
El relato de la primera vez que visité una biblioteca, en la primaria del Colegio México de los primeros años setentas, me permite hacer una breve reseña del libro que escogí para llevarme en préstamo. (En el retrato de mí mismo, tomado por un singular fotógrafo que trabajaba para las escuelas maristas –y del que escribiré próximamente una semblanza–, puede verse el aspecto que tenía en la época en que estuve por vez primera a una biblioteca.)

4. Deniz: sin la dichosa cubatura de la marrana auténtica
El texto que leí en el homenaje a Gerardo Deniz en el Palacio de Bellas Artes que se llevó a cabo tras la concesión del Premio Nacional de Aguascalientes al conjunto de su obra. (En la foto, que pertenece al archivo de mi amigo Juan Almela, el poeta en persona bebe una coca cola en su cubículo del Fondo de Cultura Económica.)

5. Retrato de hombre con cenizas en el agua
Una lectura detenida del conmovedor libro de Claudio Isaac sobre la relación con su padre, el cineasta, caricaturista y nadador olímpico Alberto Isaac. (En la imagen, que tomo del libro de Claudio, se ve a su padre en el momento de recibir un premio a sus proezas natatorias de manos de una señorita de aspecto germánico.)

6. Fernando Vallejo: la conquista de la novela
La confusión de un importante conocedor de la obra del narrador colombiano, debida a una información errónea aparecida en una página en la red, me dio el pretexto para expresar mi opinión sobre la obra de Vallejo. (Arriba de esta nota, una reproducción de la portada de una edición reciente de Logoi, la extraordinaria gramática del lenguaje literario que leí al poco tiempo de conocer en persona a su autor.)

7. Felipe Teixidor: un cierto orden clásico de la vida
Recuento de la vida y el pensamiento del gran editor y coleccionista hispano-mexicano, a partir de sus recuerdos dictados a la historiadora Claudia Canales. (En la imagen, portada de la edición catalana de las memorias de Teixidor.)

8. Eduardo Casar: el mundo como miniatura hacia otro lugar
Una reseña de las peculiares enseñanzas sobre poesía moderna que daba Casar en la Universidad es el punto de arranque para echar un ojo a su propia obra poética. (El retrato que ilustra esta nota lo hice el día que Eduardo visitó mi programa de radio para hablar de Julio Cortázar.)

9. Borges y el prestigio del sistema decimal
Recuperación de una famosa anécdota borgiana que ha sido contada de manera imprecisa o exagerada, tal como fue referida originalmente por su amiga Alicia Jurado. (En la foto, que tomo prestada de la red, Georgie se retrata en 1979 “con un sacerdote dedicado a recuperar la vigencia del culto a dioses paganos como Odin y Thor”.)

10. Una secta rígida en la que el perdón es difícil de conseguir
Retrato de un par de personajes de Los detectives salvajes que yo conocí, seguido de un breve recorrido por algunos feos usos verbales que aparecen en la carismática novela de Roberto Bolaño. (En la imagen, Bolaño con un grupo de amigos; en el extremo superior derecho, Alcira Soust, a quien conocí en la Facultad de Filosofía y Letras en la década de 1980.)

11. La aguja imantada y el norte magnético de Pilar
Prólogo a De todo, excepto feminismo, el libro que reúne los artículos sobre el papel que juegan las mujeres en el cambio lingüístico, de la filóloga y editora María del Pilar Montes de Oca Sicilia. (En la imagen, portada de un número reciente de Algarabía, la revista que dirige Pilar.)

12. La felicidad ocurre casi siempre en el olvido
Entrevista que hice a Federico Álvarez, el editor español perteneciente al exilio político que fue mi maestro en la Facultad de Filosofía y Letras, a partir de la publicación de sus memorias de infancia y juventud. (En una foto que Cynthia Calderón hizo con mi propio teléfono, Federico se deja retratar con su antiguo alumno poco antes de la conversación que sobre su libro sostuvimos en una cabina del Instituto Mexicano de la Radio.)

13. Brevísima ornitología de El barón rampante
Recuento de las inacabables especies ornitológicas que aparecen mencionadas en la fabulosa novela de Ítalo Calvino. (El entrañable autor de Las ciudades invisibles, en una foto de 1974 de Sophie Bassouls que tomo prestada de internet.)

14. La vida que nos viene de lo alto: Algaida de Eduardo Lizalde
Una exposición razonada de mi entusiasmo por una de las obras más hermosas y conseguidas del gran poeta Eduardo Lizalde. (En la imagen, que posee ciertas tonalidades hopperianas, puede verse al poeta grabando un fragmento de su poema a solicitud expresa de quien esto escribe. La foto es de Jonathan López.)

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Algo sobre mis otros libros en este blog:

El ciclismo y los clásicos (1990), http://bit.ly/1CtmADo

Ora la pluma (1999), http://bit.ly/1zJIyAh

Palinodia del rojo (2010), http://bit.ly/1pYw2Mo

Unas memorias de América, http://bit.ly/1ftYnBL

Ni sombra de disturbio, http://bit.ly/1tajBtu