domingo, 26 de mayo de 2013

Boda en Jaén


Un conocido crítico literario prepara una antología de la poesía que se está escribiendo actualmente en México. Hace unas semanas, después de anunciarme su interés en incluir algunos de mis poemas, se refirió a su método de trabajo: escoge un puñado de textos que le interesan; al mismo tiempo, yo debo mandarle la lista de los que me gustan a mí. A continuación, coteja ambas series para decidir los que van a estar en la antología. Es notable que los poemas que acabamos escogiendo por separado hayan resultado ser prácticamente los mismos. 
La idea de este post es publicar uno de los que aparecieron en mi lista pero no en la suya. Hasta este día, “Boda en Jaén” se había publicado solamente en Palinodia del rojo, libro en el que puede leerse a partir de la página 9. Si bien lo escribí hace más de una década, por los días en que decidía instalarme en España, sigo siendo un entusiasta del género de rima del que echa mano. El poema surgió y fue construyéndose a partir de la pauta vocálica que proponen los nombres de las dos ciudades las que se dirigirán los amantes después de separarse. “Boda en Jaén” es uno de los poemas de mi último libro que menos aprecia la concurrencia; quizás sea por eso que me gusta más que otros que están incluidos en él.

Boda en Jaén

Mi novia con su novio
a una boda a Jaén.
¡Y yo a Lisboa!

El bar es el paraje
de nuestra despedida
camino de Lisboa y de Jaén.

Y una vega florida era la barra
y unas hayas crecidas y unas ondas
también.

La música, las copas.
                                   Ella dijo:
 “La boda es de una prima mía, en Jaén.
Y tú, a Lisboa”,
                       me dice, “vas ¿con quién?”.

¡A solas yo, a Lisboa!

“Cuando vea la Cazorla, cuando vea
la campiña
                  camino de la boda
y las yeguas pardeando la montiña,
me acordaré de ti”,
                              me dice, en la memoria,
mi novia en parabién.

Y cómo sea aquel sitio ya no importa
ni en dónde esté.
                           ¡Es Jaén, y no Lisboa!

O si es desierto o puerto de montaña
o costa.

Si avasallan sus aguas procelosas
por las márgenes anchas, o suplican a gotas
como linfas de ayer.

(Aquel sitio, Jaén, y no Lisboa,
¡debía ser portugués!)

Y dijo más: “Ya nos veremos, que sólo voy y vengo
y esto no es un desdén”.

Y mientras yo a Lisboa,
mi novia con su novio
a una boda camino de Jaén.

“Los olivos del monte,
                                    los olivos”,
pensando en no volver,
le habrá dicho a su novio, camino de la boda,
mirando los olivos de Jaén.

¡Ir detrás de mi novia a aquella boda!

Al menos volvería
con una idea clara,
si ya no de Lisboa, no sé si de mi novia
o de Jaén.

Por aire o vía de tren
                                 o carretera,
recorriendo la geografía española,
¡quisiera ir a Jaén
                             y no a Lisboa!

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La foto de los olivos está tomada de la página en la red de Campiñas de Jaén, www.campinasdejaen.es, que la reproduce sin crédito de autoría; el mapa geológico de la provincia de Jaén, de http://www.zonu.com/, y el de Lisboa, de la página web de la Unión Europea, http://europa.eu/

Una reseña de Palinodia del rojo, http://bit.ly/w18ZLZ

Más sobre Palinodia del rojo (Aldus, México, 2010) en este blog:
La edición, http://bit.ly/gK042J
La presentación del libro, http://bit.ly/x9elgP
Dos poemas citados por Eduardo Casar, http://bit.ly/VIxLGn
“Milagro en la playa”, http://bit.ly/W7y222

domingo, 19 de mayo de 2013

Veinte años (de mi lectura) de Errar


Seguramente podría escribir una mejor nota, explicar con argumentos más eficaces por qué me parece un libro hermoso y conseguido, de qué manera el lenguaje y algunos recursos de la poesía clásica aparecen en sus páginas con tanta frescura y originalidad; menos fácil sería revivir, con el tono exacto de las palabras originales, el entusiasmo que me produjo su primera lectura. Por eso he decidido echarme un clavado al cajón de los viejos artículos y recuperar el que escribí hace dos décadas exactas sobre el libro de Eduardo Milán.
Errar fue publicado por primera vez en 1991 en la colección “Vita Nova” de El Tucán de Virginia, en una edición patrocinada por la Fundación E. Gutman; se trata de un librito de tapas azules y apariencia más bien frágil que reúne poemas escritos entre 1989 y el año de su salida, y lleva un prólogo de su editor, Víctor Manuel Mendiola (“¿Rehabilitación del Significado?”).
El volumen habita en mi librero al lado de un hermano suyo ligeramente más joven, que vio la luz en 1993 con idénticas características editoriales y bajo el título no menos acertado de La vida mantis. El jueves pasado un grupo de escritores (Luis Felipe Fabre, Nicolás Cabral, Maricela Guerrero) convocados por el editor, narrador y gastrónomo Antonio Calera-Grobet, se reunieron en la Casa Refugio Citlaltépetl para conmemorar la aparición de uno de los mejores libros de la poesía mexicana de fines del siglo pasado. También, para presentar una nueva edición, hecha esta vez bajo el auspicio de Aldus y Mantarraya.
El texto que copio a continuación es un fragmento mínimamente retocado del artículo que sobre Errar publiqué en Viceversa (número 5, julio-agosto de 1993) con el pretexto de acompañar cuatro poemas inéditos de La vida mantis. Mi propósito al rescatarlo ahora es aportar al intercambio de juicios críticos una prueba documental del entusiasmo con el que fue recibido.

Sobre Errar de Eduardo Milán [nota de 1993]
Por FF
El 1991 apareció, bajo el sello de El Tucán de Virginia, un breve libro de tapas azules titulado Errar —una extraordinaria serie de poemas cuya publicación representó un acontecimiento en la poesía hispanoamericana. Su autor, el uruguayo Eduardo Milán (1952) vino a México hace más de diez años y muy pronto se destacó por su facilidad para describir con entusiasmo argumentado la obra de los poetas que le gustan y con violencia la que ha insistido en llamar “crisis” de la poesía que se escribe actualmente en español. Valiente en unas ocasiones y acaso concesivo en otras, Milán puso de moda una forma de hablar de poesía en un país en el que esa crisis es evidente y se traduce en un agotamiento de contenidos y en una vuelta acrítica y sin gracia a las formas clásicas.
Aunque no podemos ignorar que los que se debaten debajo de los poemas de Errar son asuntos graves —el lenguaje en primer lugar, pero también el amor, la soledad, hasta la historia—, el libro produce una sensación de ligereza, como si Milán se hubiera sentado un día a hilvanar, sólo a hilvanar, un material que ya estaba preparado, pensado, acabado… Como si un día se hubiera decidido al fin a contarnos su cuento. Por eso los elementos que aparecen en él —Sinaloa, el Cañón del Colorado, la oreja de Van Gogh— se nos ponen delante con una aparente improvisación y ocupan sus lugares con toda naturalidad, como si el hilo estuviera preparado para ensartar en él los vocablos conforme brotaran. Como si Milán, digámoslo así, hubiera dado con su ritmo, se hubiera puesto a tararear y un día hubieran salido las palabras enamoradas de la seducción de sus notas sin palabras todavía.
En la poesía de Eduardo Milán el problema entre el mundo concreto y el mundo de los signos se resuelve por gracia del ritmo. El epígrafe de Errar, de Félix de Azúa, sugiere que la poesía “ahora no está en nuestra boca”, sino que es “del muerto”. ¿Quién es el muerto? ¿El lenguaje? ¿El poema? El epígrafe funciona porque establece desde el principio que Milán está perfectamente consciente del problema. Pero Errar confirma lo contrario: no existe el muerto o, si acaso, el muerto no es sino el significado de las cosas como las hemos entendido durante décadas, y que aún entonces el lenguaje puede ser poema cantando. Ése es el contenido, la sustancia, el mensaje y allí está el éxito de Errar. Una vuelta al canto, a la canción, al cancionero. Porque ¿a quién le importa que no haya nada que decir si hay tanto que cantar? ¿No existe en la imaginación un lazo verdadero entre el impulso del pájaro desde una rama y una esdrújula, a pesar de lo que diga la lingüística? Y en resumidas cuentas ¿a quién le importan las cuentas resumidas de la lingüística? La poesía no busca la verdad científica: a ella no le importa cómo funciona el microscopio o cuántas lunas tiene Júpiter, ni siquiera qué parte de la boca tiene que ver con la pronunciación de cada letra, porque su materia está en otra parte, en el interior de nosotros mismos, en un lugar movedizo donde no hay certezas definitivas, donde la luz se intensifica y se atempera con un mecanismo para el que la razón no alcanza.
Como todo poeta del canto, Milán es un poeta a la antigua y en su acercamiento a la realidad hay algo de sagrado, como si una parte de sí mismo se traicionara y quisiera creer que la arbitrariedad del signo lingüístico es una afirmación hecha de puros cuentos. Su sintaxis discontinua y caprichosa, pero sobre todo su insistencia en armar sus poemas con voces parientes, unas precediendo a las otras, entrando a fuego y sangre en la jungla de los vocablos, saqueando las familias de las palabras, violando sus significados, demuestran que Milán es un poeta antiguo, un viejo lector del Cancionero picado alguna vez por una vanguardia ahora más lejana que el Cid y tan nutritiva en el mismo sentido en que lo es el octosílabo, la quintilla real, la décima, más que nada por su convencimiento imaginativo de que estas palabras y aquellos vocablos poseen un origen, un parentesco y un significado mayores que los que les otorgan sus propios pesos específicos.
[La nota, que cierra con un comentario sobre el inédito La vida mantis, se refiere a Errar de esta manera: “un libro escrito en respuesta a la crisis como Errar […] es también como un arte poética —en el sentido en el que lo son ciertos poemas de Juan Ramón Jiménez, de Borges, de Verlaine—, […] un todo discursivo cerrado cuyo tema central [es] la poesía, los procesos creativos y la preponderancia del lenguaje sobre las ideas y del ritmo sobre la convicción…”]

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El retrato de Eduardo Milán lo tomo prestado de El Informador de Guadalajara, http://bit.ly/RP32nX, que lo reproduce sin crédito de autoría.

Más sobre poesía en este blog:
Poesía y tradición, http://bit.ly/RjEfdE
Un vistazo a la poesía española de entresiglos, http://bit.ly/X8BSud  
Sobre Andrés Fernández de Andrada, http://bit.ly/9xgKZQ
Sobre César Vallejo, http://bit.ly/yNbYFH
Sobre Fonollosa, http://bit.ly/SNtIEE

Eduardo Milán en Siglo en la brisa:
Dos notas sobre El ciclismo y los clásicos, http://bit.ly/WVnlUp

domingo, 12 de mayo de 2013

Juan Almela en twitter


El miércoles 2 de junio de 2010 hice un experimento en twitter que no anuncié sino en el momento mismo de iniciarlo, y solamente en Facebook: transcribir algunas frases de Juan Almela mientras las fue diciendo durante la conversación. 
Las copio en el orden en que las publiqué a lo largo de un par de horas de aquella tarde de hace tres años. 
Casi todas aparecieron antecedidas de la indicación “Almela:”, que excluyo ahora por resultar demasiado reiterativa. Sólo son mías las frases que aparecen entre paréntesis.
Dos aclaraciones. La primera: “colombroño”, palabra que quiere decir “tocayo”, es la manera en la que Almela suele referirse a nuestro querido amigo común, el filólogo Fernando Rodríguez Guerra; la segunda: el verso que aparece citado cerca del final, y que el poeta describe como el mejor de toda su obra, pertenece al poema “Impenitencia” de la sección “Vacación y desquite” de su primer libro, Adrede (primera edición: Joaquín Mortiz, 1970; segunda, acompañado de Gatuperio: Conaculta, DGP, Lecturas Mexicanas, 1998).


El Potala es la obra más esplendorosa y sublime de la especie humana.

El Dalai Lama actual se da un aire con el Colombroño.
                                   
Los chinos acabarán por sumergir a los tibetanos “en gente”.

Desgraciadamente la higiene maoísta no ha logrado extirpar el monstruo tibetano.

Dalai es una palabra mongola. Lama puede que sea tibetana genuina, no lo juro. Dalai significa “mar”.

Dalai Lama significa: “Lama Oceánico”. Es decir, el colmo de los Lamas.
El tibetano es de la familia del chino, pero es como decir que el español y el ruso son indoeuropeos, sí, pero no se parecen que digamos.

(Me enseña una foto, enmarcada, que hizo Adrián Joskowicz en el Potala.)

Salvo testimonios chinos, todos desfavorables, no hay historia del Tíbet sino a partir del 700 después de Cristo.

El primer tibetano convertido al budismo fue un rey del siglo siete u ocho. Efecto, fulminante. Es el país budista por excelencia.

¿Qué coño haces escribiendo una absurda y esquematiquísima historia de lo que me acuerdo del Tíbet? ¡Agarra una buena enciclopedia!

¿Has oído el esperpento ese llamado Carmina Burana?

“El tiempo se pone al pairo, convertido en carraca portuguesa” [Adrede, 1970]. Es un poema pornográfico y antipaciano.
Sobre Piedra de sol: Mi sensación al encontrar un poema hecho de puros endecasílabos en 1950 y algo es como de ¡újules!

El mejor verso de mi obra: “con un espejo en la derecha y un limón en la izquierda van saltando las horas viudas a la pira del sol”

El Maestro (uno de sus gatos) ha recaído en su estudio de la Hidráulica: Ha sido redescubierto viendo la coladera.

(Almela vuelve ahora a sus dos pasajes preferidos de la Divina Comedia.)

El segundo es la oración a la Virgen, en el último canto del Paraíso. Lo malo es que lo dice San Bernardo, que es un indeseable…



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Más sobre Juan Almela / Gerardo Deniz en este blog:
Noticias recientes, http://bit.ly/V95VkF
El Maestro, http://bit.ly/P581fq
Cartones políticos, http://bit.ly/PiWZUl
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Una “Palinodia del rojo” anónima, http://bit.ly/12XcRkP

La foto que abre este post es de Joris Erftemeijer, estudiante de Historia de las Religiones de la Universidad de Praga, y fue tomada en Ladakh. Gracias a Marta Gómez Rodríguez por enviármela. El resto de las imágenes las he tomado prestadas de la red: la del Tíbet invadido por el Ejército Chino, de la Kalipedia de Santillana; la del Dalai Lama, de la página www.ayudaaltibert.wordpress.com

Míos son los retratos de Almela, F. Rodríguez Guerra y el Maestro.