domingo, 28 de octubre de 2012

Índices de la revista Milenio (1990-1992)


Tantas veces he debido aclarar que la revista Milenio que fundé con algunos amigos en 1990 nada tiene que ver con la empresa periodística que actualmente lleva ese nombre, que he decidido ofrecer los datos básicos de aquella publicación bimestral que casi dos años más tarde dejó de salir para dar paso a Viceversa. La idea de este post, que por razones de espacio publico en dos partes, es poner en línea las portadas y los índices de los once números que aparecieron a lo largo de ese tiempo. 
No está de más decir que la revista nació cuando mi primo José Santos —que poco después fundaría la estación Radioactivo, en el 98.5 de FM—, me presentó a Antonio Elías Rodríguez, un apasionado empresario hispanomexicano, enamorado del mar y los libros, que por entonces dirigía una importante editorial de textos escolares. 
(En la única imagen que conservo de él, y que reproduzco al lado de estas líneas, es el hombre de lentes oscuros que saluda desde el fondo de la foto.) Durante nuestra primera conversación, Elías me propuso que hiciéramos libros baratos de buena literatura a partir de traducciones ya existentes, bajo un sello de su propiedad llamado Esfera Editores. Atendiendo a lo que yo sabía hacer, opiné que antes debíamos de editar una revista y apoyé mi contrapropuesta diciendo que los libros podrían desprenderse naturalmente de las páginas de una publicación periódica. 
Elías aceptó pero impuso una condición, y en eso fue terminante: la revista debía de llamarse Milenio. Aquel encuentro debe de haber ocurrido en algún momento entre abril y junio de 1990; los primeros días de noviembre de ese año apareció la entrega inaugural de la revista. En el equipo de planeación, mucho antes de la salida del primer número, estaban los escritores Juan José Reyes y Fernando García Ramírez, a los que había conocido como colaborador del Semanario Cultural de Novedades y con quienes ideé la estructura de la revista, las secciones principales y la lista de colaboradores. Todavía antes de la aparición de aquel número cero, García Ramírez renunció y en su lugar entró Eduardo Vázquez Martín. En el número dos aparece incorporado el nombre de Carlos Miranda Ayala y a partir del seis, cuando yo dejaba México para pasar un par de semestres en la Universidad de Bucknell, el de Vázquez Marín como subdirector. Desde entonces los responsables de la redacción fueron Rodrigo Johnson Celorio y Ricardo Cayuela Gally, quienes se mantuvieron hasta el final. El primer diseño, ya lo he contado aquí,  de Penio﷽uto,,ntaciñóde traducciones ya existentese el texto de FF sobre Monsices de Pablo Rulfo y Adriana Esteve —y a partir del cuarto número, de Rocío Mireles—. Lo que pasó después es lo que viene a continuación.

Milenio, número 0
Noviembre de 1990.
Portada: Julio Verne. 
Varia: textos firmados por la redacción o por colaboradores cercanos sobre los más diversos temas: en este número, de Juan José Reyes, Eduardo Vázquez Martín, Gerardo Deniz, Ricardo Cayuela Gally, Guillermo Osorno, FF, Fernando García Ramírez.
Tema de portada: Literatura de aventuras. Textos de Gerardo Deniz (Julio Verne), José de la Colina (Cervantes), Federico Patán (notas en torno a la novela de aventuras) y Fernando Savater.
Conversación con Salvador Elizondo, por Juan José Reyes, Pablo Soler Frost y FF.
Columnas de Eduardo Vázquez Martín (Góngora), Juan José Reyes (la radio), Guillermo Osorno (el fantasma de Vichy) y FF (la combi del mercado de Mixcoac).
Crónica: Pablo Soler Frost sobre Tlalpan.
Poemas de Eduardo Milán, José Luis Rivas, Fernando Rodríguez Guerra, Josué Ramírez y Basil Bunting (versión de Aurelio Major).
Un cuento de Gerardo Kleinburg.
Textos críticos de Christopher Domínguez sobre José Emilio Pacheco, Julio Hubard sobre Antonio Alatorre, Fernando García Ramírez sobre Sergio Pitol y Juan José Reyes sobre Hernán Lara Zavala.
Diario de lecturas de Eduardo Milán.
Una historieta de Eric List.

Milenio, número 1
Enero-febrero de 1991.
Portada: fotografía de Eniac Martínez.
Varia: textos de Guadalupe de Vega, Carlos Miranda Ayala, Juan José Reyes, una cita del libro Cien años de esplendor (1910) sobre el ahuehuete de Santa María del Tule, Lorna Scott Fox, Eduardo Vázquez Martín, Pablo Boullosa, Ricardo Cayuela Gally y Fernando Rodríguez Guerra.
Tema de portada: A day in the life of Insurgentes. Textos sobre la Avenida de los Insurgentes de Carlos Monsiváis, Fabio Morábito, Carmen Boullosa, Antonio Deltoro, David Huerta ("Hologramas desde el Parque Hundido"), Cornado Tostado y Emiliano Pérez Cruz.
Poemas de Julio Hubard, Vicente Quirarte y Eduardo Hurtado.
Narrativa de Héctor Manjarrez y Guillermo Osorno.
Columnas de Gerardo Kleinbug (Suite Insurgentes), Javier García Galiano (algunos límites de Insurgentes) y Juan José Reyes (De las complacencias a las disidencias).
Entrevista con José Luis Cuevas, de Juan José Reyes.
Crónica: Gerardo Deniz sobre la colonia San Rafael.
Textos críticos de Eduardo Vázquez Martín sobre Octavio Paz, FF sobre Ricardo Castillo, Noé Cárdenas sobre Carlos Fuentes y Juan José Reyes sobre José Luis Martínez.
Diario de lecturas de Eduardo Milán.
Una historieta de Edgar Clement.

Milenio, número 2
Marzo-abril de 1991.
Portada: fotografía tomada de la revista TIME (8 de octubre de 1990). 
Varia: textos de Camilo José Cela, Rosendo García Leyva, Eduardo Vázquez Martín y Lorna Scott Fox.
Tema de portada: El tiempo de Saddam Hussein. Textos de Guillermo Osorno, Pablo Soler Frost ("El Doctor Greene en el sitio de Bagdad"), Julio Hubard y Ricardo Cayuela Gally.
Poemas de Eduardo Lizalde, Pedro Serrano y Alberto López Fernández. Prosa de José Agustín.junioero 3e la revista TIME (8 de octubre de 1990).urtado.nado Tostadoocolumnas de
Columnas de Adriana Díaz Enciso (sobre el grupo Los Caifanes) y Julio Hubard (Sobre Érika Vexter).
Crónica: Vicente Leñero sobre San Pedro de los Pinos.
Ensayos de Enrique Serna (La función decorativa de la cultura) y Alejandro Aura (Mi divas: mis musas).
Textos críticos de Christopher Domínguez sobre Jorge Aguilar Mora, Evodio Escalante sobre José Luis Rivas, Fernando García Ramírez sobre Tom Wolfe.
Diario de lecturas de Eduardo Milán.
Una historieta de Josep Martínez Quintero y Ricardo Camacho.

Milenio, número 3
Mayo-junio de 1991.
Portada: fotografía de Eniac Martínez. 
Varia: textos de Pablo Soler Frost, Rosendo García Leyva, Naief Yehya, Fernando Rodríguez Guerra, Jorge Fernández Granados y Ricardo Cayuela Gally.
Tema de portada: Noches de la ciudad. Textos de Magali Tercero ("Una noche de putas"), Guillermo Osorno, Gonzalo Celorio y Amílcar Salazar.
Poemas de Francisco Hernández, Fabio Morábito y Eduardo Vázquez Martín. Prosa de Luis Zapata.
Columnas de FF (sobre Carlos Monsiváis), Eduardo Vázquez Martín (el Café Gabys) y Noé Cárdenas (el concierto de Bob Dylan en México).
Entrevista con Fernando Savater, de Eduardo Vázquez Martín.
Un (curioso) fragmento del libro Del rancho al bataclán, compilado por Alfonso Morales.
Crónica: Armando González Torres sobre Garibaldi.
Textos críticos de José Manuel de Rivas sobre Ernst Jünger, Pablo Soler Frost sobre Octavio Paz y Eduardo Milán sobre Gerardo Deniz.
Una historieta de Damián Ortega.

Milenio, número 4
Julio-agosto de 1991.
Portada: Eclipse en la ciudad de México, del archivo de los Hermanos Mayo, Archivo General de la Nación.
Varia: textos de FF, Alfredo Juan Álvarez, Fernando Rodríguez Guerra y Enrique Serna.
Tema de portada: el eclipse total de sol del 11 de julio de 1991. Fotos de los Hermanos Mayo de diversos eclipses en la ciudad de México. Textos sobre eclipses —o “eclipses”— de Ernesto de la Peña, Ignacio Padilla (Lewis Carroll), Eduardo García Aguilar (Jean Genet) y Gerardo Kleinburg (Maradona).
Ensayo de Lorna Scott Fox (Astrología contra astronomía).
Una conversación sobre política, presentada por Guillermo Osorno (“La democracia en este Milenio”: un diálogo entre “la mayor parte” de los miembros del consejo editorial de la revista para hablar sobre reforma política y transición a la democracia. Participan Enrique Serna, Christopher Domínguez, Eduardo Vázquez Martín, Fernando Rodríguez Guerra, Pablo Soler Frost, Aurelio Asiain, Carlos Miranda Ayala, Julio Hubard, Magali Tercero, Guillermo Osorno y FF).
Poemas de Eliseo Diego y Alfonso D’Aquino. Prosa de Agustín Ramos.
Columnas de Eduardo Vázquez Martín (sobre una entrevista con Monsiváis, ofrecida a la revista y finalmente entregada a otra), Javier García Galiano (Necrología del Café La Veiga) y Carlos Miranda Ayala (Tomás Mojarro).
Crónica: José de la Colina sobre el barrio de San Miguel.
Textos críticos de Christopher Domínguez sobre Carlos Fuentes, Noé Cárdenas sobre Luis Rafael Sánchez y Eduardo Milán sobre la crítica de poesía.
Test político, de Salvador Castro.

Milenio, número 5
Septiembre-octubre de 1991.
nsaAntonio Méndez Vias Garza.
Portada: la modelo y actriz Claudia Ramírez en una imagen de Carlos Somonte. 
Varia: textos de Lorna Scott Fox, Lope de Aguirre (carta a Felipe II, según la novela de Miguel Otero Silva), Jose Álvarez, Martín Hernández y Javier García Galiano.
Tema de portada: Mitos privados, virtudes públicas. Textos de Eduardo Vázquez Martín (presentación), Guillermo Samperio (Mozart), Juan Villoro (J. R.), Enrique Serna (Sara García), Eduardo Lizalde (Pavarotti), Daniel González Dueñas (Nastassia Kinski), José Agustín (Carl Jung), Javier García Galiano (Juan Orol), Adolfo Castañón (Carlos Castaneda), Ricardo Cayuela Gally (Madonna), Gerardo Ochoa Sandy (Alejandra Guzmán), Magali Tercero (Marilyn Monroe), Alfredo Juan Álvarez (Cocteau), Enrique Murillo (Gorbachov), Víctor Manuel Mendiola (Kennedy), José Luis Rapalo (Jack Armstrong Blues), Gerardo Deniz (Linus Pauling), Fernando Rodríguez Guerra (Michael Corleone) y Gerardo Kleinburg (María Callas).
Entrevista con Claudia Ramírez, de FF.
Poemas de Antonio Deltoro y Elsa Torres Garza. Prosa de Pedro Bosch Giral.
Columnas de Guillermo Osorno y Gerardo Ochoa Sandy, ambas sobre el texto de FF sobre Monsiváis publicado un par de números antes.
Crónica: Antonio Méndez Vigatá sobre Nueva York.
Textos críticos de Juan Almela/Gerardo Deniz sobre José Emilio Pacheco (“El joven parco”), Josué Ramírez sobre Aurelio Asiain, Armando González Torres sobre Héctor Aguilar Camín, Eliazar Velázquez B. sobre Carlos Montemayor y Eduardo Milán sobre “para qué escribir”.

_______________________
La semana entrante publicaré los índices del resto de los números de Milenio, del sexto al décimo.

Más sobre Milenio en este blog:
Ver la nota dedicada a Rocío Mireles en “Viceversa en la historia del diseño gráfico en México, 2”, http://bit.ly/XDodtG

domingo, 21 de octubre de 2012

Dos notas sobre El ciclismo y los clásicos


Como el próximo viernes presentaremos la segunda edición de El ciclismo y los clásicos, me ha parecido buena idea revivir un par de pequeñas notas sobre mi vieja plaquette: la primera es del narrador y académico Gonzalo Celorio; la segunda, del poeta Eduardo Milán. No había tenido a la vista estos textos en diez o quince años, así que se comprenderá que su lectura me produzca sentimientos encontrados. 
Publicada en La Jornada Semanal, la generosa nota de Gonzalo es un fragmento del texto que mi amigo y antiguo maestro leyó en una presentación general de los Cuadernos de Malinalco, y en el que también se refería a otros títulos —entre ellos Lenguas en erección de Juan Carlos Bautista—. Por su parte, la de Milán salió en la sección de cultura de El Nacional sin que hubiera aviso de por medio, o no que yo recuerde, y la recibí con la misma sorpresa con la que la releo ahora. Desde luego que las reiteradas menciones a Deniz me honran; más me honrarían, sin embargo, si fueran acertadas. Desde mi punto de vista responden menos a un diagnóstico literario atinado que al reflejo de algo que estaba en el aire a principios de los años noventa —y que, para algunos despistados, sigue en el aire—. Tampoco estoy de acuerdo con lo que Milán dice de la deriva de la poesía del autor de Adrede; me explico su opinión como un reacomodo de los grandes entusiasmos, argumentados prolijamente por escrito, que poco antes le había provocado su descubrimiento. Me convence, en cambio, el lugar que da a la obra de Salvador Novo en la línea de la tradición y me entusiasma que en los textos de El ciclismo y los clásicos pueda detectarse un diálogo con ese poeta, al que Milán llama “el menospreciado mejor de los Contemporáneos” y cuyos primeros libros de poesía he admirado siempre.

Una lechuga empeñosamente cultivada
Por Gonzalo Celorio
Fernando Fernández, quién lo dijera, es un poeta fresco y gongorino que puede combinar, como lo dice el título de su cuaderno, el ciclismo con los clásicos. Se le echan de leer, en la de su poesía, sus lecturas más queridas: la lírica tradicional que en Gil Vicente sale de anonimato:

¿A dó gacela, a dó?
¿A dó he de dar con ti?

y más que los clásicos, aquellos que los clásicos —incluidos en éstos, oh paradoja, a los barrocos— encontraron su referencia primigenia: Rafael Alberti:

Una alegría, amor.
Dame, amor, una alegría.

o Gerardo Deniz:

Después de la comida,
la infanta Cucurula y Salvador, su tío,
mudando de apariencia,
se fingen mamíferos cuadrúpedos,
se ponen alargados y combosos 
y se dan a andar en grita por la jungla de la estancia.

No obstante esta presencia indirecta de los clásicos —de Ovidio a Quevedo—, o quizás gracias a ella, el cuaderno de Fernández es fresco como una lechuga empeñosamente cultivada. Extrañamente, inusitadamente, su poesía es feliz.
Es feliz por gozosa y por afortunada; por risueña y por luminosa.
En ella transcurre, como ciclista en velódromo contra reloj, el humor, el buen humor.
El humor de la idea anterior a la imagen: la reina Isabel viajando vulgarmente de posta en posta, estampada en el ángulo superior derecho de un sobre de correos.
El humor de la imagen misma, como la infanta Cucurula y su tío, convertidos en paquidermos, que toman por selva los arabescos de la alfombra de la estancia.
El humor paródico que, a la manera de Ovidio, transformó un conejo en su gata Isolda.
El humor lúdico que hace que el poeta pierda un punto en el ping pong porque lo distrajo la belleza de su pareja.
El humor verbal, aquel que se refocila en la palabra por el solo placer que la palabra y sus vericuetos pueden propiciar:

No eres cristiana, eso
lo sé, mas
mucho menos sois gentil.

A Fernando se le oye silabear su poemario. No puede ocultar la felicidad poética y por ello acaso es imposible leerlo en voz baja.

(Publicado en La Jornada Semanal, número 102, 26 de mayo de 1991.)


Una nueva mirada
Por Eduardo Milán
La poesía mexicana última viene dando volteretas, saludables volteretas a la tradición de la poesía mexicana canónica. Es evidente que desde Xavier Villaurrutia a Gerardo Deniz mucha agua ha pasado bajo el puente. Aguas claras: la más nítida y transparente debe haber sido la de Octavio Paz. Pero Chumacero, Lizalde, Montes de Oca, Gabriel Zaid, José Carlos Becerra han aportado mucho a una tradición que, desde la generación de los Contemporáneos, se había vuelto soberbiamente canónica, víctima de sí misma o de aquella estética marmórea del creador famoso de los Nocturnos
Es cierto que Gorostiza construyó uno de los monumentos más altos de la poesía mexicana contemporánea con su Muerte sin fin, una reflexión sobre el arte de la poesía comparable a Un coup de dés de Mallarmé o al Cimetière marin de Valéry. Pero cuando digo volteretas pienso en Salvador Novo, quizás el menospreciado mejor de los contemporáneos. Para una poesía que cree en la seriedad de la poesía, en su alto aliento trascendente que alcanzará la eternidad sin duda, Salvador Novo no podía pasar de un prestidigitador de la mala leche, de un mago perverso o un payaso, cuando no de un muñeco sin ventrílocuo. 
Pero resulta que no, al menos a la luz que resalta de la experiencia de la novísima poesía mexicana. Los nuevos desacralizadores de la poesía mexicana mantienen lazos íntimos o ecos claros de aquel gran cocinero. Un eco claro: la actitud paródica frente a la vida y al arte que les tocó vivir. Gerardo Deniz, que no tiene nada de joven pero que es un poeta de publicación tardía, lanzó la primera piedra. Deniz parte de un mundo lógico, casi como del Tractatus de Wittgenstein, y lo dinamita enteramente. El estallido al principio logra recomponer en el aire ciertas imágenes y, luego, en el aire mismo, las parodia. Lo que llega al suelo actual de la poesía de Deniz son fragmentos microscópicos, malas palabras para un mundo bueno, son hablas.
Deniz inventó su propio código, lo patentó, lo llevó a cabo, y ahora ofrece al lector una versión de su primitivo hallazgo. Llegó a su propio impasse: o cambia o se parodia sí mismo. No hay manera de evitarlo. Algún rastro de la denisíada hubo en Julio Hubard por un momento. Pero las astillas de la gran explosión las recogió, el pleno cuerpo poético, Fernando Fernández (México, 1964). 
Este libro, El ciclismo los clásicos (Cuadernos de Malinalco, 1999), no tan dividido en dos por su lenguaje como el título indicaría, es algo verdaderamente nuevo en la poesía mexicana. Sobre todo por un problema que plantea con claridad: cómo salir de esta suspensión de la energía poética a que nos ha acostumbrado el pensamiento débil de la así llamada posmodernidad, que llegó al terreno del arte con una fuerza inusitada. Fernando Fernández discute esto no en el plano de las ideas sino en el plano del lenguaje. Con la caída de los valores utópicos asistimos a un bloqueo del futuro tanto en lo ideológico como en lo estético. El recurso natural a esta parálisis es el regreso al pasado, rincón íntimo sin ninguna amenaza: el pasado es el momento quieto del tiempo, allí donde todo ya está hecho. Pero he aquí que Fernando Fernández desafía esta extensión del pasado y, al volver a él, busca en el pasado del lenguaje poético su momento más alto: el momento de la concretud, momento donde el pasado late vitalmente. Recurre, casi como Bakhtin pero con mejor oído que el ruso, a la zona pícara del lenguaje literario. La parodia, el trocadillo, la paronomasia son recursos para acercarse a la cotidianidad del pasado y no a su catedral ideológica. La poesía, cosa íntimamente cotidiana, recolección milenaria de desechos y residuos, encuentra en el lenguaje de Fernández un buen interlocutor. El poeta se disfraza y el lenguaje finge:

¿A dó, gacela, a dó?
¿A dó he de dar con ti?

No sólo se refiere al amor sino que inventa situaciones cotidianas con tíos, usureros tempranos, señores o hijosdalgos venidos a menos. Esto es importante: todo, en la poesía de Fernández, está venido a menos. No hay estructuras conceptuales que rescatar (y esto es más importante aún: no hay “sensibilidades” que rescatar en el pasado por un poeta de fines del siglo XX). Lo que queda, brillando, es el lenguaje.

(Publicado en la sección de cultura del periódico El Nacional, el 7 de septiembre de 1990.)

__________________________
La presentación de la nueva edición de El ciclismo y los clásicos (Parentalia Ediciones, 2012) se llevará a cabo el próximo viernes, 26 de octubre de 2012, a las seis y media de la tarde, en el Patio del Palacio del Ayuntamiento de la ciudad de México. También se presentarán Don del recuento de Mariana Bernárdez y Lejos, de muy cerca de Claudia Hernández de Valle Arizpe. Modera el editor, Miguel Ángel de la Calleja.

Las fotos que abren este post pertenecen a una lectura de poemas de principios de los años noventa. El retrato de Celorio lo hice yo mismo, en su casa de San Nicolás Totolapan; el de Milán lo tomo prestado de El Informador de Guadalajara, http://bit.ly/RP32nX, en donde aparece sin crédito de autoría. La foto de Salvador Novo es de Tomás Montero Torres y también la tomo de la red.

Más sobre El ciclismo y los clásicos en este blog:
Cinco poemas comentados, http://bit.ly/NwnEzY
Su editor, Luis Mario Schneider, http://bit.ly/QsWTvt

domingo, 14 de octubre de 2012

Ruinas de Antigua


Una idea me acompañó durante los tres días que pasé en Antigua, y se la oí al arquitecto Carlos Mijares la tarde que grabé su diálogo con Alberto Kalach: como lo que va a construirse está en riesgo de no ser concluido o acabará en la destrucción y el abandono, hay que proyectarlo pensando en que al menos deje buenas ruinas
En el siglo XVIII, la capital del "reino" de Guatemala vivió un inusitado esplendor que se reflejó en una extraordinaria arquitectura. Hay quien afirma que el arco temporal de ese auge se extiende entre dos fechas, las de dos movimientos telúricos, uno en 1717 y el otro en 1773. El primero de aquellos terremotos, los dos más fuertes entre decenas de ellos, alertó sobre la necesidad de hacer una arquitectura más resistente; el segundo, que fue tan destructivo que rebasó todas las prevenciones conocidas, aconsejó renunciar a los despojos y abandonar la ciudad. Casi dos siglos y medio más tarde, la ciudad ofrece el esplendor de sus ruinas coloniales como quizás ninguna otra en América. 
El conjunto arquitectónico que prevalece en aquel valle dominando por tres volcanes, en el que vivió, escribió y está enterrado el gran Bernal Díaz del Castillo, parece una fábula del tiempo: la portentosa historia de Europa, con su Renacimiento y su Biblia, sus emperadores y sus catedrales, su humanismo y su latín, nada pudo hacer contra la geografía desnuda de América. Un amigo, profesor de mitología y griego, me dijo que al visitar alguna de aquellas iglesias echadas por tierra con tanto dramatismo tuvo la sensación de que allí había estado un gigante destrozando a patadas cuanto encontró a su paso. 
Las bellísimas ruinas que han quedado, algunas cuidadosamente mantenidas y reparadas, dan cuenta de los ideales con que fueron alzados aquellos edificios en una realidad que resultó más poderosa que ellos. Casi mil fotos tomé en mi breve estancia en la antigua Santiago de los Caballeros de Guatemala. Ofrezco una muestra mínima a quienes suelen echar un vistazo a Siglo en la brisa.











_________________________
Las fotos que conforman este post fueron tomadas entre el 7 y el 9 de octubre pasados en la vieja Catedral de Santiago de Guatemala, hoy Antigua, y las iglesias y conventos de Santa Clara, Capuchinas y La Recolección. La que abre la entrega corresponde al Templo de la Concepción. La que acompaña esta nota es de Florencia Molfino, quien volvió maravillada —igual o más que yo— de tanta belleza colonial.

Las imágenes que ilustran el texto que las antecede son, en este orden, del día que asistí al diálogo entre Mijares y Kalach, el 11 de septiembre de este año; de la lápida de Bernal Díaz del Castillo en la catedral de Antigua; por último, de un ejemplar de la Breve descripción de la noble ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala y puntual noticia de su lamentable ruina ocasionada de un violento terremoto el día veinte y nueve de julio de mil setecientos setenta y tres, que se conserva en el Museo del Libro Antiguo de esa localidad.

Más sobre arquitectura en este blog:
Carlos Mijares en Michoacán, http://bit.ly/QFoXOY
A las vueltas con Vladimir Kaspé, http://bit.ly/sSM2Ql