domingo, 26 de junio de 2011

Presentación de Palinodia del rojo

El pasado 15 de junio se llevó a cabo la presentación de Palinodia del rojo, mi nuevo libro de poemas. Me pareció que la mejor manera de hacerlo era con una intervención pública nada solemne, sin intermediarios ni discursos, refiriéndome yo mismo al libro. Este post reúne algunas imágenes y videos tomados esa tarde por mi hermano José María, a quien doy cumplidamente las gracias. Quiero también agradecer a los amigos, familiares, alumnos y compañeros que estuvieron conmigo aquel día.
Por parecerme lo más conveniente, empecé la charla situando los nuevos poemas en el contexto de mis libros anteriores, por lo que leí un texto de cada uno de ellos: “Cuenta la extraña transformación de su gata Isolda” de El ciclismo y los clásicos (Cuadernos de Malinalco, 1990) y “Vida de Lysi en Flérida” de Ora la pluma (El Tucán de Virginia, 1999). El primero de esos trabajos fue escrito bajo la grave sospecha de que Isolda, la hermosa persa que me acompañó durante los años universitarios, había sido conejo antes que gato. Ésta es la lectura del poema:

 


El relato de cómo y por qué elegí Palinodia del rojo como título del libro me condujo de Platón, en cuyas páginas leí por vez primera la palabra “palinodia”, a Alfonso Reyes, el risueño abuelo de la literatura mexicana, autor de la famosa Palinodia del polvo
Lo curioso del asunto es que ya antes había tomado un préstamo del mismo diálogo platónico, que no es otro que Fedro o del amor, y que hacia 1989 acabó siendo el tema de una página de mi primera colección de poemas. Sócrates dice que el alma se parece a un cochero y un tronco de dos caballos, uno noble y el otro innoble, uno que desea ascender hacia la bóveda de las esencias y el otro que hace todo lo posible por jalar al cochero hacia el abismo. Éste es el resultado:

Juega burlonamente con la metáfora platónica
Malicias del equino,
                                   señora,
son estas de tender al precipicio.
Si trato de explicarle las esencias,
las cosas que se miran de la bóveda
es lo mismo,
                     no hace caso,
se la pasa mofándose de mí,
del plan de la carrera en ascendente,
y hace fuchi con los belfos.

Sólo piensa en su pienso,
mirando aquellos tiempos idos
de su vida,
                   imagínese, señora,
metido entre las sombras de un establo.


(El ciclismo y los clásicos, 1990, pág. 32)

Cuando todavía unos años antes, en algún momento a partir de 1984, leí por vez primera aquel diálogo, me llamó la atención (y subrayé) la extraña y bella palabra: “palinodia”. 
Sócrates conversa sobre el amor con Fedro, a la orilla del Iliso, bajo la sombra de un espléndido plátano (que, si la traducción es correcta y el mundo no ha cambiado demasiado en veinticinco siglos, podría ser algo parecido a Acer seudoplatanus. Hago la aclaración porque lejos de Europa, o al menos en México, el nombre común de ese árbol remite de inmediato a Musa ensete, o cuando mucho a Platanus mexicana). 
La discusión gira en torno a si debe escogerse a un amante frío o a uno apasionado. El maestro, que primero se inclina por la primera opción, defendida por el propio Fedro de acuerdo con un amigo de ambos —autor original de la argumentación—, da un giro de ciento ochenta grados y procede a defender la segunda. Para ello, dice, va a ensayar una palinodia, es decir una retractación como la que cantó el poeta Estesícoro para congraciarse con los dioses, que lo habían cegado por hablar mal de Helena de Troya.
Con todo, sin el impulso de Alfonso Reyes, cuya palinodia fue escrita en parte para desdecirse de su Visión de Anáhuac, quizás yo no hubiera tenido la idea de bautizar así el cambio de opinión, acepto que infinitamente más mundano, del personaje de mi libro, quien al revés de lo que primero había expresado tiene que confesar que la muchacha a la que ha conocido en una oficina, y con la que sostiene una relación amorosa secreta, se ve mucho más hermosa de negro que de rojo. Me resultó muy grato que mi palinodia mantuviera las vocales de la harto más filosófica pero felizmente reyesiana del “polvo”. Éste es el poema, tal como lo leí en la presentación de libro:


Quizás uno de los poemas de la colección que más me gusta leer en público sea “Milagro en el supermercado”. Este poema es uno de los apenas cuatro que vieron la luz antes de formar parte del libro: apareció originalmente en 2007 en la revista Este País y luego fue recogido en el Anuario de la poesía mexicana de ese año, editado por el Fondo de Cultura Económica. No añado mucho más para no ser repetitivo. Con todo, no me resisto a decir que describe el encuentro, presentido milagrosamente desde el primer verso, con una muchacha evasiva en el momento más inesperado y para ella quizás el menos oportuno. Ésta es la lectura que hice del poema la tarde del 15 de junio:


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Más sobre mi libro en la red:
Palinodia del rojo, http://bit.ly/gK042J
Una “Palinodia del rojo” anónima, en http://bit.ly/f7YVZ1
Lectura del poema “Paloma y no”,  http://bit.ly/lKlTwP
“Milagro en el supermercado”, http://bit.ly/99948L

La segunda edición de El ciclismo y los clásicos está a punto de aparecer en la colección Parentalia, http://parentalia-ediciones.tumblr.com/

Editorial Aldus en la red, http://www.editorialaldus.com/

domingo, 19 de junio de 2011

Biógrafo de Cernuda

Durante la emisión del pasado 27 de mayo de La Feria Carrusel de Libros, el programa de novedades editoriales del Instituto Mexicano de la Radio, tuve la oportunidad de entrevistar a Antonio Rivero Taravillo, biógrafo de Luis Cernuda. El especialista en la vida de uno de los grandes poetas de la Generación del 27 estuvo en México unos días para promover la segunda parte de su trabajo biográfico, llamada Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963). Quiero dar las gracias a Jonathan López Romo, productor del programa, por las facilidades brindadas para publicar esta transcripción.

Fernando Fernández: Antonio Rivero Taravillo fue premiado hace algunos años con el XX Premio Comillas de historia, biografía y memorias por un estupendo trabajo sobre los años españoles de Luis Cernuda. Estos días está en México presentando la segunda parte de esa biografía, llamada Años de exilio: 1938-1963. Antonio, bienvenido a esta feria radiofónica de libros.
Antonio Rivero Taravillo: Muchas gracias, Fernando. Realmente estoy contento de estar aquí en México con vosotros.
FF: Dime una cosa: ¿alcanzas a reconocer, en ésta que sé que no es tu primera visita a México, los encantos de un país que fueron decisivos para que Cernuda decidiera venir a vivir aquí?
ART: Sin duda y eso lo experimenté el año pasado precisamente aquí en México porque llegué para investigar en hemerotecas, archivos, y era el mes de febrero… Y en el mes de febrero, aquí, la temperatura media que yo recuerdo era de 23, 24 grados, y pienso: a ver, alguien que viene del norte de Estados Unidos, de Massachusetts, donde [Cernuda] estaba dando clase… El mes de febrero allí tiene un metro de nieve y realmente [para] alguien tan amigo del sol, de las playas y de la tranquilidad, ese norte mercantilista y frío tenía muy poco que ver… Y se enamoró del clima, por supuesto, pero [también] de la recuperación del idioma.
FF: Una recuperación que tuvo perdida durante esos años intermedios de exilio, ¿verdad?, desde que sale de España, hasta que llega a México…
ART: Exacto. A diferencia de otros exiliados españoles que en el 39 vienen y se acogen a la hospitalidad mexicana, propiciada por Cárdenas. Por ejemplo, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Juan Gil-Albert, Ramón Gaya y muchísimos otros. Cernuda no viene en esa primera oleada sino que empieza a penar un exilio largo en Inglaterra, Escocia y Estados Unidos. Es decir, que cuando por primera vez pisa México es en el 49, diez años después de que llegaran los otros exiliados.
FF: ¿Cuál es la parte más complicada de biografiar, si puedo utilizar ese verbo, a un personaje tan particularmente huidizo y reacio? ¿Qué fue lo más difícil a la hora de rastrear su vida?
ART: Yo distinguiría dos aspectos. Por una parte, hay un problema grave a la hora de levantar la biografía de Cernuda, porque él prácticamente no conservó ninguna carta de las que recibió. Tenemos muchas de las que él envió, porque fueron conservadas por los destinatarios y han sido muy bien editadas por un mexicano, James Valender, del Colegio de México. Pero de la correspondencia [que él recibió] queda poca, y esas lagunas son importantes. Por otra parte, el problema es la dificultad que entraña una persona, como tú lo has dicho, tan huidiza, tan escurridiza, que muchas veces se hace antipática, porque tenía unos rasgos de carácter ariscos. Lo que pasa es que el biógrafo ha de tratar de mantener una cierta distancia para no convertirlo en un santo (que no lo era) ni tampoco arrastrarse a pensar que todo era negativo. Yo creo que ha de ser el lector el que juzgue las consecuencias.
FF: ¿Cuáles son tus fuentes principales? Estoy seguro que las de la primera parte de su vida están en España y pudiste trabajarlas sin ningún problema allá, pero a partir, digamos, de los años del exilio ¿dónde encontraste las fuentes documentales más importantes?
ART: Había bastante biografía hasta el año 2002, cuando se celebró su centenario y surgieron bastantes cosas en ese momento, como el gran epistolario que editó Valender, pero yo realmente he estado recorriendo todos los lugares, salvo Cuba, donde Cernuda estuvo dos meses solamente. He estado en todas partes: en universidades, viendo qué archivos podrían quedar, con el testimonio directo e importantísimo de personas que lo conocieron y tuvieron una relación importante con él… [Con todo ello] se van encajando las piezas de este rompecabezas, [por]que al fin y al cabo se trata de eso, de procurar que no quede ningún espacio en blanco.
FF: ¿Qué tanto te has apoyado en la obra poética de Cernuda para poner en claro su vida?
ART: Muchísimo, porque realmente la vida del poeta lo que viene a ser es el marco en el que se crea la obra y lo que he tratado es que la biografía ilustre a la obra y ésta sea más inteligible. Y constantemente pues he visto el correlato entre un poema y una circunstancia vital. Afortunadamente Cernuda era bastante meticuloso, fechaba sus poemas y eso permite también ir encajando las teselas de este mosaico.
FF: Aun así, comentas en tu libro que precisamente por este rastreo cronológico puedes establecer que más o menos tardaba un año en escribir un poema. ¿Esta fecha suele ser la de la primera redacción o la del momento en el que lo daba por terminado?
ART: Pues él corregía mucho, como todo escritor o poeta en particular, pero es que me he dado precisamente cuenta [de] que no es una regla siempre seguida, pero muy constantemente un poema es finalizado al año de su redacción. Es decir, que lo escribe, está trabajando intensamente [durante] los primeros días y luego lo guarda, lo deja reposar, que es muy buen truco yo creo para que la obra se decante, y finalmente le pone el punto final ya pasado un tiempo, casi siempre un año.
FF: Para nosotros, naturalmente Luis Cernuda forma parte pues de la vida literaria mexicana del siglo XX, tanto quizás como de la vida literaria española. Es un poeta particularmente querido y leído en México. Yo te quisiera preguntar, ¿qué papel ocupa [entre la literatura sobre el poeta] ese bello texto de Octavio Paz sobre Cernuda, que está en su libro Cuadrivio?
ART: Pues al día de hoy, y ya estamos en el 2011, mucho tiempo después de que Paz lo escribiera, sigue siendo considerado el punto de referencia clave sobre Cernuda. Hay muchos estudios parciales, pero no una labor de síntesis tan magníficamente atinada desde la sensibilidad de otro poeta, que además tuvo una gran amistad con Cernuda y propició la difusión de su obra en este país en los años cuarenta. Yo creo que es muy importante ese trabajo de Paz.
FF: ¿Qué tan maduras están la sociedad española o mexicana como para hablar con toda claridad de la homosexualidad de Cernuda?
ART: Ambas han sido siempre sociedades muy machistas, lo que pasa es que han estado evolucionando y en España en particular yo creo que ya se acepta con total naturalidad el hecho de que Cernuda fuera homosexual y no hay ningún problema al respecto. Es más, la gran poesía amorosa de Cernuda, que tiene poemas formidables, realmente puede ser absolutamente degustada por un homosexual o un heterosexual, al igual que su obra es un referente para un español o un mexicano o cualquier lector de la lengua a la que se traduzca, no hay ningún problema al respecto.
FF: Ya que estamos hablando de una biografía, y sólo por eso, yo quisiera pedirte que nos hables de la relación amorosa que tuvo Luis Cernuda con un mexicano, y de la que durante algún tiempo no se habló con claridad.
ART: Sí, todo el mundo sabía que Cernuda tuvo un amor mexicano que por otra parte era el destinatario de una secuencia de poemas titulada “Poemas para un cuerpo”… Este cuerpo al que se refiere era [el de] un joven mexicano que conoció en un gimnasio de la calle Tacuba, aquí en la Ciudad de México, mucho más joven que el poeta (tendría 20 años) y se estableció una relación, parece que platónica pero realmente tampoco podemos indagar mucho más porque la persona en cuestión tampoco… Si hubiera habido otro tipo de relación, no lo iba a confesar ahora porque tiene nietos, entonces no creo que lo dijera… Pero fue muy importante porque Cernuda, cuando toma en el año 52 la decisión de venir definitivamente a México, tras haber pasado varias vacaciones [en el país], pesa en él sin duda la idea de reunirse con su amor mexicano al que ha conocido el año anterior y le dedica grandes poemas.
FF: ¿Se sabe quién es esa persona? ¿Tú has tenido contacto con él?
ART: Sí, he tenido dos conversaciones con él. Vive en Guadalajara, Jalisco.
FF: Yo creo que Cernuda es el poeta español con más influencia en España, en la poesía viva que se escribe en España por lo menos en los últimos veinte años. No sé si compartas esta opinión.
ART: Sí, además me alegra verte tan informado porque realmente lo que estás diciendo es una gran verdad. Es insólito que un poeta esté durante dos o tres décadas como referente y faro de los poetas en ejercicio.
FF: Ahora, al mismo tiempo no sé si me acompañarás en el siguiente paso que daré: también pienso que es un poeta con una obra celosa, exclusiva y solamente para uno, que es él mismo. En todos esos poetas que lo toman como modelo suele sentirse alguna pérdida, me parece a mí. Pienso por ejemplo en Lorca o en Góngora, que sí admiten seguidores que [todavía] pueden ser creativos… En el caso de Cernuda, me parece que no.
ART: Sí y no. Matizo lo que dices y ahora también me alegro de no estar completamente de acuerdo. Lorca tuvo una legión de seguidores que realmente le hicieron daño a la misma figura de Lorca porque con sus remedos no fueron muy lejos y ya cayó todo aquello en un adocenamiento que no llegó lejos. En cuanto a Cernuda, sí es verdad que imitarlo es una cosa vana pero quizás las lecciones morales de Cernuda son las que más pueden tener como lección muchos. Me refiero por ejemplo al carácter moral de su poesía, a la rebeldía constante, a asumir con naturalidad su homosexualidad y por otra parte, a su irrenunciable entrega a la poesía, en eso es un ejemplo.  
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Luis Cernuda, años de exilio (1938-1963), de Antonio Rivero Taravillo, pertenece a la colección Tiempo de Memoria de la editorial Tusquets, http://www.tusquetseditores.com/
Antonio Rivero Taravillo en la red, http://fuegoconnieve.blogspot.com/
La mayoría de las imágenes que ilustran este post pertenecen al archivo de la Residencia de Estudiantes.
La Feria Carrusel de Libros se transmite todos los viernes a partir de las tres de la tarde, hora de la ciudad de México, por la estación Horizonte del Instituto Mexicano de la Radio, en el 107.9 de FM. También puede seguirse por www.imer.gob.mx haciendo click en “Horizonte”, y por www.radiomexicointernacional.imer.gob.mx, la emisora virtual del IMER. 
Los programas anteriores pueden descargarse en http://bit.ly/kouFdT

domingo, 12 de junio de 2011

47

Por causas que no me explico, durante los últimos años me ha dado por fijarme en las apariciones del número que encabeza este post. Lo descubro con recurrencia en un domicilio que voy buscando, la casa frente a un restaurante que me gusta, una cuenta de banco o supermercado… Entre otros lugares, el 47 vive camuflado en el número de mi teléfono celular. 
Hace un lustro, llegué incluso a anotar algunas de esas apariciones: a mediados de 2006, por ejemplo, el gobierno mexicano anunció que iba a otorgar 47 becas a estudiantes bolivianos; poco después, López Obrador declaró a la prensa que viviría en los 47 campamentos que estaban por instalarse en el Paseo de la Reforma y aquel mismo día la Subprocuraduría de Investigación Especializada (Siedo) afirmó que se habían realizado 47 cateos en la ciudad de Apatzingán... Precisamente por entonces, como tengo anotado, leí que los musulmanes son el 47 por ciento de la población de Kazajistán... Y sin embargo, soy poco o nada “numerológico” y la mínima alusión al misterio encerrado en las cifras me produce cuando menos risa. Quizás mi aprecio por el 47 deba explicarse por cosas como el afortunado conjunto de ángulos que reúne, o porque se trata de un bello ejemplo de convivencia entre un par y un non… Como sea, me limito a observar sus azarosas apariciones con una sonrisa, y sigo de largo.
Hoy, domingo 12 de junio de 2011, el número aparece más risueño y oportuno que nunca en los años que cumplo este día, y para celebrarlo me he puesto a jugar con él asomándome a esa página de algunos de mis libros. Empecé sacando el que ocupa el lugar cuadragésimo séptimo de mi biblioteca —que mayormente tengo organizada por orden alfabético— y que resultó ser Perfiles de Woody Allen. Leí, por supuesto, la simpática página 47. Dos o tres veces repetí el ejercicio, sacando los libros que a partir de aquel volumen sucesivamente iban ocupando ese lugar, y leyendo la página correspondiente. Si los primeros encuentros resultaron curiosos —en la novela Clemencia, por ejemplo, aparece en lamentable arrebato romántico un tal Fernando—, ya no lo fueron las que vinieron a continuación. Renuncié entonces a esa idea y me puse a escoger saltando aquí y allá, sin lógica más o menos precisa y de un librero a otro, algunos de mis libros preferidos. 
(Por cierto encontré al menos cuatro que pertenecen a series editoriales en las que ocupan en número 47: los Sonetos a Orfeo traducidos por Carlos Barral, una novela de Faulkner que no he leído, una antología del Romancero de una profesora valenciana y la edición de los poemas de Poeta en Nueva York comentados por Lorca.) Al final, acabé procediendo de esta manera: escogí un libro que me gusta y me asomé a la página que lleva el número que me llama la atención, para sacar de ella la cita más llamativa. Esta extraña bibliomancia entre algunos autores que prefiero no es sino una forma de compartir, el día de mi cumpleaños, algunos de mis libros con los lectores de Siglo en la brisa.

Woody Allen demuestra que el alma es inmortal
Agatón: Oh, me encontré con Isósceles. Tiene una idea estupenda para un nuevo triángulo.
Allen: Bien, bien… (De pronto abandono todo fingimiento). Mira, voy a ser sincero contigo… ¡No quiero morir! ¡Soy demasiado joven!
Agatón: ¡Pero si es tu gran oportunidad de morir por la verdad!
Allen: No me interpretes mal. Yo sólo vivo para la verdad. Por otra parte, tengo un almuerzo en Esparta la semana que viene y me molestaría faltar. Me toca pagar a mí. Ya sabéis cómo son estos espartanos, enseguida desenvainan la espada.
Simmias: ¿Se ha vuelto un cobarde el más sabio de nuestros filósofos?
Allen: No soy un cobarde ni tampoco un héroe. Digamos que estoy más o menos por el medio.
Agatón: Pero tú fuiste el que demostró que la muerte no existe.
Allen: Un momento, escúchame… claro que he demostrado muchas cosas. Así es como pago el alquiler. Teorías y pequeñas experiencias. Un comentario travieso de vez en cuando. Máximas ocasionales. Es mejor que recoger aceitunas, pero tampoco hay por qué entusiasmarse.
Agatón: Pero tú demostraste que el alma es inmortal.
Allen: ¡Y lo es! Pero sobre el papel. Mira, ése es el gran problema de la filosofía… resulta tan poco funcional en cuanto sales de clase”.
Perfiles de Woody Allen, Barcelona, Tusquets, Cuadernos Ínfimos, segunda edición, marzo de 1981, página 47.

Canetti analiza lo que a Kafka produce la extrema delgadez
 “¿Cómo te fue en los baños públicos? Aquí me veo obligado a suspender una observación (con referencia a mi aspecto en los baños, a mi delgadez). En los baños parezco un huérfano”. Luego pasa a referir que durante unas vacaciones en el Elba, cuando era niño, había evitado los baños públicos, pequeños y siempre llenos, porque se avergonzaba de su aspecto. 
En septiembre de 1916 decidió visitar a un médico, empresa muy insólita en él, dado que desconfiaba de los médicos. Sobre dicha visita informó a Felice: “El médico al que visité […] resultó muy agradable. Un hombre tranquilo, algo extraño, pero que me inspiraba confianza por su edad, su masa física (siempre me resultará incomprensible cómo pudiste tener confianza en un tipo tan delgaducho y largo como yo) […]”.
El otro proceso de Kafka de Elías Canetti, Barcelona, Muchnik Editores, tercera edición, octubre de 1981, página 47.

Menéndez Pidal ilustra su concepto de tradición
“La mezcla de dos o más versiones de un mismo romance se observa en todos los cancioneros viejos; y por su parte, todo recitador, tanto antiguo como moderno, retoca y refunde el romance que canta. 
La tradición, como todo lo que vive, se transforma de continuo: vivir es variar. Y las variantes del Romancero fueron de juventud y esplendor cuando se producían lo mismo bajo los artesonados del Alcázar de Segovia, en los labios de la Reina Católica, que bajo el olmo de la plaza de Arévalo, en los cantos de los labradores; cuando brotaban de la imaginación de un Lope de Vega lo mismo que la de un Agustín Castellanos. Hoy la tradición está decaída porque sólo vive entre los rústicos, pero ¿acaso no podrá revivir también en un ambiente de cultura?”.
Flor nueva de viejos romances de Ramón Menéndez Pidal, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, 1938, página 47.

La última borrachera de Edgar Allan Poe
“Se ha dicho que Poe, en los períodos de depresión derivados de una evidente debilidad cardiaca, acudía al alcohol como un estimulante imprescindible. Apenas bebía, su cerebro pagaba las consecuencias. Este círculo vicioso debió cerrarse […] durante la travesía a Baltimore. Los médicos le habían asegurado en Richmond que otra recaída sería fatal, y no se equivocaban. El 29 de septiembre el barco atracó en Baltimore; Poe debía tomar allí el tren para Filadelfia, pero se hacía necesario esperar varias horas. 
En una de estas horas se selló su destino. Se sabe que cuando visitó a un amigo ya estaba ebrio. Lo que pasó después es sólo materia de conjeturas. Se abre un paréntesis de cinco días, al final de los cuales un médico, conocido de Poe, recibió un mensaje presurosamente escrito a lápiz, informándolo de que un caballero ‘más bien mal vestido’ necesitaba urgentemente su ayuda. La nota procedía de un tipógrafo que acababa de reconocer a Edgar Poe en un borracho semiinconsciente, metido en una taberna y rodeado de la peor ralea de Baltimore. Eran días de elecciones, y los partidos en pugna hacían votar repetidas veces a pobres diablos, a quienes emborrachaban previamente para llevarlos de un comicio a otro. Sin que exista prueba concreta, lo más probable es que Poe fuera utilizado como votante y abandonado finalmente en la taberna donde acababan de identificarlo. La descripción que más adelante haría el médico muestra que ya estaba perdido para el mundo, a solas en su particular infierno en vida, entregado definitivamente a sus visiones”.
“Vida de Edgar Allan Poe” de Julio Cortázar, en Cuentos/1 de Edgar Allan Poe, Madrid, Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo número 277, décima edición, septiembre de 1983, página 47.

España en las palabras de Cioran
“El mérito de España es proponer un tipo de evolución insólita, un destino genial e inacabado. (Se diría que se trata de un Rimbaud encarnado en una colectividad.) Pensad en el frenesí que desplegó en su búsqueda del oro, en su desplome en el anonimato, pensad después en los conquistadores, en su bandidismo y en su piedad, en la forma en que asociaron el evangelio al crimen, el crucifijo al puñal. 
En sus buenos momentos, el catolicismo fue sanguinario, como corresponde a toda religión verdaderamente inspirada.
[…] Es casi imposible hablar con un español de otra cosa que de su país, universo cerrado, tema de su lirismo y de sus reflexiones, provincia absoluta, fuera del mundo. Alternativamente exaltado y abatido, lanza miradas deslumbradoras y morosas; el descoyuntamiento es su forma de rigor. Si se concede un futuro, no cree en él realmente. Su descubrimiento: la ilusión sombría, el orgullo de desesperar; su genio: el genio del pesar”.
La tentación de existir de Cioran, traducción de Fernando Savater, Madrid, Taurus, tercera edición, 1981, página 47.

Cortés busca el secreto del volcán y encuentra el camino de México
“Que a ocho leguas de esta ciudad de Churultecal [Cholula] están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto de ellas si no la nieve, se parece. Y de la una que es la más alta sale muchas veces, así de día como de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes, tan derecho como una vira, que, según parece, es tanta la fuerza con que sale que aunque en la sierra arriba andaba siempre muy recio viento, no le puede torcer. 
Y porque yo siempre he deseado de todas las cosas de esta tierra poder hacer a vuestra alteza muy particular relación, quise de ésta, que me pareció algo maravillosa, saber el secreto, y envié diez de mis compañeros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios, y con algunos naturales de la tierra que los guiasen, y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo, de dónde y cómo salía. Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para la subir, y jamás pudieran, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay y de muchos torbellinos de la ceniza que de allí sale andan por la sierra, y también porque no pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía, pero llegaron muy cerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpetu y ruido que parecía que toda la sierra se caía abajo, y así se bajaron y trajeron mucha nieve y carámbanos para que los viésemos, porque nos parecía cosa muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cálida, según hasta ahora ha sido opinión de los pilotos, especialmente, que dicen que esta tierra está en veinte grados, que es el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy gran calor. 
Y yendo a ver esta sierra, toparon un camino y preguntaron a los naturales de la tierra que iban con ellos, que para do iba, y dijeron que a Culúa, y que aquel era buen camino, y que el otro por donde nos querían llevar los de Culúa no era bueno, y los españoles fueron por él hasta encumbrar las sierras, por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino, y descubrieron los llanos de Culúa y la gran ciudad de Temixtitan, y las lagunas que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a vuestra alteza, y vinieron muy alegres por hacer descubierto tan buen camino, y Dios sabe cuánto holgué yo de ello”.
“Segunda Carta de Relación”, en las Cartas de Relación de Hernán Cortés, México, Editorial Porrúa, Colección Sepan Cuantos número 7, decimotercera edición, 1983, página 47.
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La foto de Cioran es de Rogelio Cuéllar y la he tomado de http://bit.ly/lDhnto

Más sobre libros en este blog:
Un paseo por Donceles, http://bit.ly/dkkFRR
Lecturas españolas, http://bit.ly/eNXK9W
Siete libros recomendados al aire, http://bit.ly/hYRDgi

domingo, 5 de junio de 2011

Impresiones de Roma

En diciembre de 2002, al volver de mi primera visita a Roma, le escribí una larga carta a mi amigo Fernando Rodríguez Guerra. Lo hice con el propósito de ponerlo al tanto de cuanto vi y anoté durante un viaje a solas que arrancó en España y duró unos once días, pero quizás también como una forma de diálogo conmigo mismo. 
Esta semana, buscando otra cosa entre viejos archivos, encontré una copia de la carta y volví a leerla. Me llama la atención la enorme cantidad de detalles que dejé consignados y que he olvidado. Otros, sin embargo, están vivos en mi memoria como si me hubiera fijado en ellos la mañana del día de hoy. Este post reúne los fragmentos en que le contaba a mi amigo lo que me habían parecido el Puente de Sant’Angelo, San Pedro del Vaticano, los Foros romanos, la Piazza del Popolo y el Tíber. En las líneas que siguen, escritas a vuelapluma y sin pensar que pudieran publicarse, están algunas de mis impresiones más frescas (y seguramente más discutibles) de la Ciudad Eterna, vista por vez primera hace casi una década.

Puente de Sant’Angelo
Algo de lo que más me gusta de Roma, por sus proporciones, es el puente de Sant’Angelo, que cruza el Tíber. También, porque remata en el impresionante castillo del mismo nombre (fue allí donde se refugió el Papa cuando el célebre sacco) y quizás sobre todo por las diez esculturas de ángeles diseñadas por Bernini que lo adornan de un cabo al otro, cargando 
cada uno de ellos algún motivo relacionado con la Pasión de Cristo —los clavos, las ropas, la corona de espinas, etc.—. 
Dispuestas en dos hileras, aparecen encabezadas, de acá para allá, es decir, de este lado del Tíber al lado del Vaticano, por dos estatuas, una de San Pedro con unas llaves y otra de San Pablo, con una espada —rota—. Uno de esos ángeles me gusta particularmente: el que sostiene el letrero con la leyenda “INRI”. En general es cierto que casi todas esas figuras carecen de expresión, más allá de ese gesto angélico sobrehumano que les es característico, con la excepción de dos: la que sostiene la corona de espinas, por un lado, y que hace una cara, quizás de acuerdo con el objeto que le ha sido encomendado (y transmite en efecto el horror ante la sola idea de las espinas clavadas en la cabeza), y por el otro la que sostiene el letrero. 
Me gusta mucho este ángel. Tiene una voluptuosidad exquisita. Por un momento tuve la sensación, que recuerdo como real, de que era posible percibir su deliciosa y angélica exhalación. La delicada torsión del cuerpo, el gesto incitante con los ojos cerrados, la pierna deliciosamente ofrecida que sale del remolino de la tela, el letrero sostenido con las puntas de los dedos… (Con todo, me parece que las piezas originales, tanto la de la corona de espinas como la del letrero, están en Sant’Andrea delle Fratte, iglesia de la zona de la Plaza de España que no visité.)

San Pedro
Te confieso que entrar a San Pedro del Vaticano me produjo menos emoción y sorpresa que cuando entré por vez primera a la Mezquita de Córdoba —con sus mil columnas, su iglesia católica metida con calzador y hasta su tumba esquinada de Góngora…—. Y es que aquí todo resulta inmenso y desproporcionado. Como para dar una idea de lo que la Iglesia, como institución, ha sido. Y es. No sé si en parte esa impresión se deba a que la planta original, diseñada por Miguel Ángel, era de cruz griega y un papa posterior decidió que, malgré tout, se hiciera latina. Es decir, de un templo bien proporcionado se pasó a uno que se alarga de repente hacia el acceso principal. Uno de los efectos de esa decisión fue que, de pie frente a la fachada, resulta imposible ver la cúpula. Con todo, me gustaron, y mucho, algunos detalles.
La estupidez de la vigilancia (que encarnó a mis ojos en un cuidador negro, rapado como un rapero pero vestido como para un velorio), me impidió acercarme a una de las cosas que más se me antojaba ver, el Constantino a caballo de Bernini, que la víspera me había pasado un largo rato viendo en foto verdaderamente maravillado, y que sólo pude ver a lo lejos, entre las sombras de un lugar cerrado al público allá del otro lado de un corredor.
Me gustó mucho el famoso baldaquino, contra el que iba algo maldispuesto quizás por ser un símbolo demasiado evidente de las pretensiones del edificio. Leí por ahí que su material proviene de la puerta original del Panteón. Me gusta mucho el recorrido ascendente-descendente de sus cuatro pilastras, de un salomónico irregular, casi caprichoso. (Por cierto ¿por qué cada vez que los pintores representan el pasaje de Salomón y las dos mujeres, hacen aparecer dos niños, en vez de uno?).
Pero quizás lo más bello del lugar sea la Piedad de Miguel Ángel, que produce un curioso efecto en quien la ve por primera vez, enmarcada en el inmenso espacio donde ha sido colocada, a la derecha del templo según se entra. Es de una sencillez que pasma, tanta que me pareció que “delataba” los excesos del edificio. La obra está detrás de un vidrio, allá, a lo lejos: Cristo, adormecido por la muerte, y la Virgen, tan joven como él, con la mano izquierda abandonada pero todavía erguida, como si fuera la de una cantaora en el momento de recuperarse de un quejío extremadamente intenso. Hay tan poco espacio entre el punto más alto de la escultura y el suelo, y tanto, tanto espacio entre ese mismo punto y el techo de la iglesia —en la parte añadida al diseño de Miguel Ángel— que el edificio pierde por un momento proporción y, me parece, se afea.

Los Foros romanos
Si tuviera que señalar mi lugar predilecto de la Ciudad Eterna, no dudaría en apuntar hacia los Foros, ese gran tiradero que reúne en un espacio limitado cualquier cantidad de restos arquitectónicos de muy distintas épocas, de una riqueza evocativa de quitar el aliento. Ahí es donde el alma se encuentra más a gusto para reflexionar, o simplemente para vagar posando la mirada en aquellas maravillosas columnatas de la Roma clásica que ya nada sostienen, aquellos bellísimos arcos imperiales colmados de inscripciones, aquellos restos de milagrosa basílica cristiana, que llenan el espacio del valle sin dejar sino apenas unos milímetros para meter, aquí o allá, un pino de Italia, una mata de boj, un olivo.
Algún día, tarde, cuando los Foros habían cerrado, me encontré de frente con el espacio aquel debajo de mí, y me senté en el borde de un muro para mirar cómo se iban encendiendo las luces que iluminan de noche aquella portentosa bodega arquitectónica al aire libre. Ya regresaría luego, con más tiempo, al domingo siguiente. Ya vería, incluso, el Museo Capitolino que hay arriba, el conjunto diseñado en buena medida por Miguel Ángel que da la espalda a los Foros como parte de una voluntad renacentista que decidió ver hacia otro lado, aquella plazoleta trazada por él a petición del Papa para recibir a Carlos V, con la réplica de la estatua ecuestre de Marco Aurelio, sostenida por el bello zócalo también diseñado por Bounarroti —la estatua original, que es muy impresionante, puede verse detrás de un vidrio en uno de los espacios del museo—. Ya volvería incluso otro día (la mañana en que visité en forma el Coliseo) a cruzar los Foros para luego volver a través de ellos, ya diciendo adiós a la ciudad la mañana anterior a mi partida.
Sin embargo, nunca los vi como aquella tarde cuando no entré. Ese día me gustaron más que nunca. Y no porque estuviera bajo el efecto de la primera impresión, porque ésa la había tenido la mañana misma de mi llegada, cuando descendí por Via Cavour y me topé con ellos, inesperados y magníficos delante a mí. Quizás es que iba cansado, y acaso por eso con una sensibilidad especial, pero ese atardecer ya casi noche, en cuanto di un salto y me senté en un muro bajo, detrás del hombro mismo del Arco de Septimio Severo, y me coloqué enfrente de ellos, me ahondé en su maravillosa naturaleza y fui muy feliz.
Aunque, como tantas veces, hubiera algo de nostalgia en aquella felicidad. Allí pensé que uno, por dentro, es como lo que mis ojos veían, que está lleno de restos como aquéllos, hechos de nuestras esperanzas defraudadas y nuestras ilusiones perdidas, y que nuestro pasado, que vive en nosotros tanto como nuestro presente (porque quizás es nuestro pasado el que habla por nosotros en boca de nuestro presente), no es sino como aquello que se extendía delante de mis ojos mirando hacia los Foros. Me sentí tranquilo y contento unos minutos. La luna creciente se había dejado ver hacía muy poco. Ya las luces alumbraban aquellas ruinas, al mismo tiempo que un calor que tenía algo de reconciliación me inundaba por dentro.

Piazza del Popolo
Creo que el asunto de las plazas de Roma habría que tomarlo con alfileres. No es que no me hayan gustado pero es cierto que tuvieron que irme ganando, poco a poco. Si hubiera estado en la ciudad sólo un par de días y las hubiera visto sólo una vez, hubiera tenido que decirte que no me habían gustado tanto. 
La primera impresión no fue muy emocionante, ni la del Campo di Fiore (con su monumento a Giordano Bruno, quemado en leña verde ahí mismo), ni la Plaza de España y ni siquiera la cacareada Navona. Son un poco grisáceas y desencantadas. Luego, cuando te fijas bien ellas, cuando las ves dos o tres veces, les vas encontrando el gusto. Con una excepción: la Plaza de España, que nunca me terminó de encantar. Quizás sea hermosa vista desde Via Condotti, según la enmarca la estrecha calle: la gran escalera al fondo, el doble campanario arriba, de la iglesia de Trinità dei Monti, detrás de su respectivo obelisco.
Pero mi plaza preferida es muy seguro que sea la del Popolo. Ésa sí me gustó mucho desde que la vi por primera vez, y eso que entré por el lado equivocado. Porque a la Piazza del Popolo hay que entrar por la puerta Flaminia. Es más: a Roma hay que entrar por esa puerta. No me puedo imaginar una entrada más bella a ninguna ciudad, ya no digamos a ésta. Cuando ves la perspectiva que se descubre desde ahí, entiendes lo que es la ciudad y sobre todo lo que fue. La puerta, en primer término. Luego la plaza, con obelisco. Luego las dos iglesias gemelas. Y de ahí, las tres calles en fuga. La del centro remata en el monumento a Vittorio Emanuele II. La de la izquierda, en la Piazza di Spagna. La de la derecha, por cambios en el aspecto urbano de esa zona de la ciudad, la más cercana al Tíber, a nada. La proporción es maravillosa. Las perspectivas, exquisitas.

El Tebre
Ahora me explican que el Tíber no es navegable, no al menos en la zona que interesa a la ciudad, hacia el puente de Sant’Angelo, por ejemplo, o cuando pasa a un lado del Trastevere, al que da nombre por estar ese barrio en la margen contraria de donde la ciudad fue fundada. Es un río misterioso. Verde, ancho, majestuoso, vacío de embarcaciones, que da la apariencia de estar detenido. Lo acompaña, más arriba, en la calle que sucesivamente se llama Longotevere y luego algún añadido (“Rafaele Sanzio”, por ejemplo, del lado de allá, en el Trastevere), una serie de plátanos fortachones que esos días empezaban a dorarse y a perder hojas. Recogí por ahí algunas. 
Me parece que ese árbol, que es un viejo conocido de los europeos, es un híbrido entre los plátanos más viejos, uno de ellos oriental. Sin embargo, el árbol emblemático de Roma no es ése sino el pino, un pino llamado “de Italia”. A esos pinos dedicó una obreja Respighi, que hasta tuve la ocasión de escuchar en una sala de conciertos llamada de Santa Cecilia a la que fui una noche. Llegué tarde, por desgracia, y perdí el concierto para violonchelo de Dvórak, que era lo que más se me antojaba del programa… 
Quevedo, no sé por qué, llama al río “Tebre”. Ya sabrás las risas conmigo mismo: ¡el Tebre! Lo llama así en su soneto, famoso si es que hay alguno en español, en el que habla de la fugacidad del tiempo. Lo recuerdas bien: “Sólo el Tebre quedó, ya sepoltura…”.

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A Fernando Rodríguez Guerra están dedicados los poemas “Surtidor de niñas sedentes” de Ora la pluma (El Tucán de Virginia, 1999, página 78), y “Ejecutante en Iruña” de Palinodia del rojo (Aldus, 2010, página 26).

Salvo los grabados de Piranesi, las fotos de la Mezquita de Córdoba y el Constantino a caballo de Bernini, y el dibujo de Louis David, que tomé prestados de la red, las imágenes que ilustran este post son mías.