miércoles, 27 de enero de 2010

¡Tú no eres Germán!



Alejandro Páez dedica su artículo de hoy a “la impostura” de algunos personajes públicos al echar mano de instrumentos de comunicación como facebook o twitter. No me resisto a contar lo que me sucedió hace unas semanas con Germán Dehesa. No se trata de un caso de impostura sino de suplantación. En un par de ocasiones (8 y 14 de diciembre) le escribí a la dirección electrónica que pone al pie de su columna diaria pidiéndole una entrevista para mi programa de radio. Mi idea era que hablara de sus lecturas recientes, él que es un hombre de libros que se expresa muy bien. Me ofrecí a verlo en el lugar que me indicara, cuando quisiera y pudiera. No contestó, lo cual no me sorprende: ¿cuántos correos electrónicos no recibirá al día uno de los columnistas más populares del periodismo mexicano? Por si fuera poco, he oído que Germán está mal de salud, lo que lamento de veras no sólo por el afecto que le tengo sino también porque es una presencia importante en la prensa de este país. Si es cierto que en ocasiones su “cercanía” con algunos funcionarios me resulta desagradable, su crítica no pocas veces feroz a algunas de las peores alimañas del sistema político es valiente y más que necesaria. Y voy a decir algo que para mí es un verdadero halago: no conozco ningún otro comentarista al que se pueda leer todos los días. Unos, por su tortuosidad; otros, por su lenguaje relamido; unos más porque es claro que lo hacen bajo el efecto de intereses que no necesariamente vemos —léase: corrupción—. Por mi experiencia de otras épocas, sé que uno puede echar un ojo al artículo cotidiano de Dehesa sin temor a hartarse.
Hace dos semanas, Germán contó que Ricardo Garibay usaba la expresión “grey astrosa”. Volví a escribirle, ahora para decirle que quizás Garibay había tomado la expresión de López Velarde. Lo hice así: “Querido Germán: te he escrito un par de veces, pero sin éxito. Dime al menos que has visto mis correos, no seas gacho. Lo de la "astrosa grey", si no es un lugar común acuñado de antiguo por la tradición, quizás Garibay lo tomó del poema de López Velarde llamado "Hoy como nunca", donde dice que su espíritu es "un paño de ánimas goteado de cera, / hollado y roto por la grey astrosa". Saludos cariñosos, Fernando Fernández”.
Entonces recibí una repuesta pero tan de cajón, cuadrada y superficial que es obvio que no fue escrita por él. Véase si no: “Querido Fernando: Supongo que puedes tener razón en lo que me expresas acerca de la "astrosa grey". A mí me gustó y me fue muy útil para lo que quise expresar. Te informo que acostumbro responder a todos y cada uno de los correos que me hacen el favor de enviarme mis lectores queridos. En ocasiones, nos devuelven los mensajes por causas ajenas a nuestro control. A lo mejor, ése ha sido el caso en lo que a tus correos se refiere. Un abrazo, Germán Dehesa.”
No tengo que resaltar que un escritor del talento del suyo nunca justificaría el uso de una expresión diciendo algo infantil como: “a mí me gustó y fue muy útil para lo que quise expresar”. Por otro lado, ¿qué decir del arranque de frase: “te informo…”? Y lo peor: nunca redactaría algo como: “A lo mejor, ése ha sido el caso en lo que a tus correos se refiere”, con una sintaxis de quien acaba de aprender a escribir. No tuve más que contestar:
“¡Tú no eres Germán! Reconocería a cien años luz su estilo, que en nada se parece a éste, como de contestadora telefónica, que usas tú. Supongo que es normal que le contesten los meiles, que debe recibir por decenas. Dale, si puedes y quieres, mis mejores deseos. Fernando Fernández”.

lunes, 25 de enero de 2010

Cuaderno


Mis poemas preferidos, 2


Pongámonos en escena: dos poetas abandonan las tierras de Vizcaya y se internan por el camino de Castilla. Se trata de Garcilaso de la Vega y su gran amigo Juan Boscán, los famosos responsables de aclimatar en España las formas poéticas italianas del Renacimiento (Boscán, porque fue convencido por el embajador veneciano en una célebre conversación ocurrida en Granada en 1526; Garcilaso, porque puso manos a la obra con un talento y un gusto artístico nunca vistos). Al caerles la noche, deciden buscar refugio en la primera posada que encuentran. Llaman. La voz de una empleada les contesta que no hay lugar, pero lo hace en un lenguaje tan afectado (“no hay donde nocturnar palestra armada”) que resulta casi incomprensible. Garcilaso tiene entonces con la mujer un gracioso intercambio de palabras: mientras en la lengua de ella la acumulación de cultismos va haciendo cada vez mayor el despropósito, en la de él a cada instante crece la perplejidad. Al final, el poeta de las églogas renuncia a creer que le hablan en la lengua de Castilla: aquello le resulta tan inaudito e ininteligible que no puede ser sino… vasco.
En este soneto aparecen algunas de las virtudes de Lope de Vega que más me interesan: la capacidad de armar con un par de trazos una escena dramática; la búsqueda de posibilidades sonoras que no excluye la caricatura y termina resolviéndose con naturalidad; el fino sentido del humor. Lope critica el abuso del lenguaje imitado a Góngora, tan extendido en la época, y para dar contundencia a su crítica pone en escena al poeta que gracias a su extraordinaria sensibilidad, su buen gusto y su mesura ocupa la cima del equilibrio clásico en español.
Es curioso que “ocaso” aparezca entre las palabras forzadas, neologismos y derivaciones de formas latinas o italianas, recientemente en uso o que nunca se usaron, por la simple razón de que lo era, al igual que “nocturnar”, “obstenta” o “depingen”. Por cierto, al verso en donde aparece esta palabra —“y el sol depingen la porción rosada”—, sólo le falta ser alejandrino para poder figurar sin demérito en aquel glorioso espantajo poético llamado La Tierra, de Carlos Argentino Daneri, el personaje borgiano del El Aleph.
Me parece que esta deliciosa joyita de casi cuatro siglos respira con la misma salud con la que nació en el momento en el que fue escrita.

Boscán, tarde llegamos—. ¿Hay posada?

—Llamad desde la posta, Garcilaso.

—¿Quién es? —Dos caballeros del Parnaso.

—No hay donde nocturnar palestra armada.

—No entiendo lo que dice la criada.

Madona, ¿qué decís? —Que afecten paso,

que obstenta limbos el mentido ocaso

y el sol depingen la porción rosada.

—¿Estás en ti, mujer? —Negóse al tino

el ambulante huésped. —¡Que en tan poco

tiempo tal lengua entre cristianos haya!

Boscán, perdido habemos el camino;

preguntad por Castilla, que estoy loco

o no habemos salido de Vizcaya.


De Lírica, de Lope de Vega. Edición de José Manuel Blecua. Clásicos Castalia, 1982, pág. 262.

lunes, 18 de enero de 2010

Nagara, el gato de Octavio Paz


En 1997 fundé un suplemento literario en Viceversa, la revista que dirigía entonces. Le puse el nombre de Nagara, como se llamaba el gato de Octavio Paz.
Una noche, aquel longevo y estupendo gato tuvo a bien rasguñar nada menos que a Lévi-Strauss. La historia de la llegada a nuestras letras de la palabra “nagara”, transcrita del japonés y que originalmente significa algo así como “sin embargo”, es divertida y sustanciosa. Para explicarla a los lectores, organicé tres años más adelante una entrega con textos de algunos amigos, entrevistas y poemas, sobre todos los aspectos del vocablo, al menos los que estaban a nuestro alcance y venían a cuento. De esa manera surgió el dossier que constituye esta entraday que copio, casi entero, de su primera edición—. Para ello: (1) entrevisté a la mujer de Octavio Paz; (2) le pedí un testimonio al poeta Francisco Serrano, dueño de una gata con la que Nagara tuvo amoríos; (3) reproduje el poema de Gerardo Deniz donde Paz conoció originalmente la palabra; (4) le pedí a un querido amigo filólogo un análisis de ese poema; (5) solicité al poeta Jorge Fernández Granados que analizara el haikú de Issa donde Deniz la leyó por primera vez; y (6) por último le mandé a éste un cuestionario para que hablara de todo el asunto y de paso de algunos temas que en el año 2000 estaban en el aire, como la aparición de su libro Visitas guiadas —un libro muy exitoso a pesar de reducida circulación. *
He hecho algunos pequeños ajustes a los textos que aparecieron en Viceversa, para que los disfruten los lectores de Siglo en la brisa.










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* Recientemente (noviembre de 2009), el poeta Luis Felipe Fabre se ha ocupado de Visitas guiadas (Gatuperio Editores, 2000). Su texto puede leerse en:
http://www.letraslibres.com/index.php?art=14189



Nagara (el gato) y Octavio Paz
1. Entrevista con Marie-José Paz

Por FF

Nagara era el gato de Octavio Paz. Lo supimos gracias a Gerardo Deniz, quien nos dijo que Paz tomó de un poema suyo esa palabra, que significa algo así como “sin embargo”, y que forma parte de uno de los más famosos poemas de la literatura japonesa. Bautizamos con ese nombre nuestro suplemento de literatura en homenaje a estos dos poetas que se trataron y fueron amigos.
El texto japonés original, un haikú, reproduce el lamento de un hombre que ha sufrido una pérdida irreparable, acaso la de una hija, y que dice —sin decirlo— que aun entendiendo que el mundo es pasajero como el rocío, no es capaz de comprender un hecho tan inconcebible como esa pérdida:
                          
                           Este mundo gota-de-rocío,
                                    es un mundo gota de rocío,
                                    sin embargo, sin embargo...

Herederos de Nagara son algunos de los gatos de algunos jóvenes poetas, según me cuenta Marie-José Paz, la viuda del Premio Nobel mexicano, porque ella en persona se encargó de que fuera así. La conversación telefónica se extiende por veinte minutos, y Marie Jo —como la llamaba Octavio Paz y la llaman sus amigos cercanos—, quien contesta con una especial cortesía, nos relata que el gato Nagara vivió con la pareja veinte años, desde 1977, cuando ella lo recogió en un estacionamiento, como de un mes de edad —“era minúsculo, tenía un bonito pelo largo y estaba abandonado; era atigrado, quizás más león que tigre, una especie de angora callejero con el pelo muy abundante y un poco parado hacia la nuca, como un hippie de los años 60”—, y murió apenas un año antes que su célebre amo, cuando éste estaba ya enfermo, en 1997.
Continúa Marie Jo: “Vivíamos en el penthouse de Lerma y la llegada del gato fue todo un acontecimiento. Octavio nunca había tenido gatos: su relación con ellos se limitaba a los que había en el jardín de la embajada [de México en la India]. Al principio, Octavio no entendió que yo quisiera quedármelo, pero yo le dije que se quedaba él o me iba yo. Al principio, Nagara se llamó Minou, como todos los gatos de Francia. Era tranquilo y guapo, y Octavio acabó por quererlo mucho”.
“Como a los siete meses”, sigue relatando, “vino a visitarnos el poeta Westphalen [el poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen], con su hija, quien dijo que tenía una gata que venía de Roma que estaba buscando novio y que quizá nuestro gato sería un galán ideal. Pero Minou era un bebé, vivía solo y era inocente. La hija de Westphalen, que no podía dormir por los aullidos de la gata ansiosa por casarse, insistió y la trajo al departamento; era una gata negra, de una bélle negresse, a la Baudelaire. La gata se lanzó sobre Minou, quien no esperó más de dos segundos para reaccionar. Fue increíble. Primero lanzó un grito de guerra y de inmediato se creó una especie de zarabanda desenfrenada y Westphalen y Octavio ya no pudieron seguir conversando; los gatos brincaban por todos lados, sobre las mesas, abajo de los sillones, entre los estantes de la biblioteca, entre los brazos de Shiva, a los pies de Hanumán...
“Después de eso, Minou se quedó soltero. Vivió con la nostalgia de esos amores. Miraba, a través de los grandes ventanales, brillar el Ángel [de la Independencia, que se veía desde el departamento], con melancolía infinita. Luego nos mudamos a Reforma, y Minou vivía en el invernadero. Le buscamos una compañía; resultó que el poeta Francisco Serrano tenía una gata llamada Zapoteca, gata aristócrata, de sangre azul, con pedigrí —era una russian blue—, y la podía prestar. Hubo bodas a puerta cerrada, y de esa unión nació Michette, que se quedó con nosotros. Minou y Michette se unieron incestuosamente y fundaron la dinastía de gatos que sobrevive hasta el día de hoy, de gatos de pelo largo, sangre azul y nuca tupida, que fui regalando a los jóvenes poetas que pasaban por ahí. Se iban con un gato en su mochila”.
Marie Jo cuenta que Octavio Paz y Gerardo Deniz tenían una relación muy especial y que solían hablar de poesía. Según ella, Deniz le habló a Paz del haikú de Issa. “Un día, como a los tres años de tenerlo, José de la Colina —amigo de Octavio y de Deniz, y también muy amigo de los gatos— sugirió que el gato se llamara Nagara”. Y añade: “En francés nagara se dice quand même”.
Es sabido que Marie Jo vive rodeada de gatos. A la pregunta de cuántos, responde, entre risas: “No diré nunca el número de gatos que tengo. Prefiero decir mi edad”.
“Octavio”, dice, “supo que Nagara había muerto, y prefirió que hubiera sido así. Él ya estaba enfermo. El gato, que en veinte años jamás se enfermó, conservó una nobleza increíble hasta el final de sus días”.


Una matrona llamada Zapoteca
2. La gata que tuvo amores con Nagara

por Francisco Serrano

Hacia fines de 1982, mis hijos, entonces unos niños, llegaron a la casa con un par de gatitas apanteradas que una amiga de su madre les había regalado; las recién llegadas tendrían escasamente un mes. Una ostentaba un pelaje a rayas que sugerían grecas, la otra era azulgris. Las llamamos Mixteca y Zapoteca. Eran hijas de una fina aunque un tanto descuidada Russian blue. Conservo una foto de ambas como fieras diminutas en la jungla del jardín. Muy pronto, Mixteca desapareció. Zapoteca, en cambio, creció y se multiplicó.
A lo largo de 1984 frecuenté a los Paz. Organizaba yo el homenaje nacional al poeta con motivo de sus 70 años, y prácticamente cada semana lo visitaba en su casa de la avenida Reforma. Ahí conocí a Minou, que paseaba con displicencia su elegante pelaje por la biblioteca de Paz. En ocasiones, también Octavio y Marie Jo nos visitaron a Patricia y a mí. Fue en alguna de esas visitas, comida o cena, cuando Zapoteca llamó la atención de Marie Jo, quien había decidido buscarle pareja a Minou. Convenidas las fechas, llevamos a Zapoteca al departamento de Reforma, donde se quedaría durante todo el periodo de gestación. A lo largo de casi tres meses compartió las espesuras del invernadero con el rijoso Nagara.
De esa unión nacieron, si no recuerdo mal, cinco, tal vez seis crías. A nosotros nos tocaron dos: el melenudo Marcabrú y Agatónica,  parecida a la madre, de quien nacería después un extenso linaje: Novalis, Xocoyote, Salicio, Zacateca, Popot, Fagot, e incluso las horrendas Nefasta y Funesta, que se fueron a vivir al campo. Los hijos de estos gatos y los hijos de sus hijos, como avanzada, poblaron Coyoacán varios años antes de que los Paz se mudaran a este barrio.
Entretanto, Zapoteca continuó propagándose: reina del rumbo, promiscua, salaz (muchas noches nos aturdió con su música china), Zapoteca recibió la simiente de muchos machos, de distintas índoles. Procreó especímenes de todos los calibres: atigrados, negros, pintos, pardosos. Fue madre de al menos 100 hijos. Nunca, por fortuna, hubo que acabar con ninguno; nuestros hijos encontraron siempre amigos dispuestos a acogerlos.
Zapoteca ha perdurado; sobrevivió a su prole, a dos mudanzas, a una prolongada temporada en una casa campestre y hoy, 19 de septiembre de 2000 que escribo estas líneas, continúa vivita y coleando. Cierto: pasa la mayor parte del tiempo sumida en profundas contemplaciones oníricas y prácticamente sólo se despierta para comer. Con los años, su pelaje ha ido adquiriendo una tonalidad ocre, leonada, y aunque ha perdido los dientes, sus ojos conservan un intenso fulgor ambarino.


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• Francisco Serrano (México, DF, 1949) es poeta. Estudió cine, filosofía y ciencias políticas. En 1979 apareció su primer libro de poemas, Canciones egipcias. Es autor, también, de libros y juegos para niños. Cuando me entregó su testimonio preparaba un espectáculo musical, que sería estrenado en Brasil, basado en sus poemas, donde uno de los principales personajes iba a ser un gato.



Evasión
3. El poema donde Paz leyó por vez primera la palabra “nagara”

por Gerardo Deniz

En Tlalpan hay varios manicomios.
Y viendo en la sala de espera esos viejos tomos franceses
tan espesos
de balneoterapia y arsonvalización,
cruzando ese jardín por donde tres veces a la semana
   discurren filosofías de vía angosta
—los perros trágicos machacados en la carretera al pasar en
  volandas,
y así habrá que pasar ahora.
                                             Hace calor.
El que vaya a la hora cursi como todas marchando a
  oscuras al lado de los rieles
podrá escuchar (si le importa) el zumbido de muchos
    escarabajos enamoradísimos
entre las piedras del talud.
Más allá (es de suponerse) descansan adineradas adolescentes
    de miembros fruticosos,
con los labios secos, tendidas al descuido
como largos gatos de algalia.
(¿Habrán comido habas?
¿Borrarán como es debido los moldes de sus cuerpos en las
    camas? O riesgo.)
Pero este mundo de trenes y escarabajos es un mundo
   de trenes y escarabajos,
sin embargo,
nagara.





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• Gerardo Deniz es el seudónimo de Juan Almela Castell (Madrid, 1934). Fue corrector de pruebas editoriales y traductor, de varios idiomas, de más de 100 libros, entre los que destacan los de Georges Dumézil y Claude Lévi-Strauss. Ha ganado el Premio Xavier Villaurrutia y el Nacional de Poesía de Aguascalientes. Su poesía casi completa está reunida en Erdera (FCE)




Las paradojas y las congruencias de un poeta
4. Sobre el poema “Evasión”, de Gerardo Deniz

por Fernando Rodríguez Guerra

“En Tlalpan hay varios manicomios”. Se me ocurre que ante un texto —ya no digamos un poema— que comienza de esta manera, el lector tiene, entre otras muchas, dos posibilidades: puede reírse y suponer que tal inicio es el comienzo de un sabroso y divertido comentario, o puede sentirse incómodo y extrañado ante algo que bien a bien no sabe hacia dónde se dirige, porque —en efecto— existen en Tlalpan varios manicomios. Y es que “manicomio” es de esas expresiones brutales que concitan a la risa o a la desolación. La empleamos en los chistes y cuando hablamos de quienes acaso apenas conocemos; en contextos más cercanos y menos afortunados usamos frases como "casas de retiro" u otros eufemismos parecidos. Otra posibilidad es que el hipotético lector conozca que se trata de un poema de Gerardo Deniz, “Evasión”, y entonces quede claro que el humor, la exactitud, la desolada ternura —esa extraña y paradójica mezcla de sensaciones que percibimos en el texto— aparecen en él porque, en mayor o menor medida, aparecen siempre en la persona y poesía de Juan Almela.
Pocos poetas habrá más comprometidos que él con la densidad del lenguaje —con sus posibilidades sonoras, con la exploración minuciosa de sus palabras y de sus estructuras—, y sin embargo, pocos poetas habrá que rechacen con más énfasis las “ensoñaciones poéticas” y la imaginería surrealistoide tan queridas en nuestras letras. De ahí la paradoja, la aparente paradoja, que lo define, creo, como poeta y como persona, un hombre cuyo radical compromiso con la racionalidad lo llevó a meterse a fondo, a entrarle de verdad (como lo aprendió de Dumézil o de Gómez Robledo) a todos sus amores y a todas sus pasiones: el budismo y la Divina Comedia, Indonesia y las lenguas del Cáucaso, la fauna de Australia y la química de altos vuelos... En todos —dirá— entró sólo unos pasos (algunos más de muchos que se llaman especialistas); pero una casi genética incapacidad para transar y tolerar la demasiada estupidez le impidió siempre ir más allá. En cualquier caso, sus diversas inmersiones le afirmaron en la certeza de que es mejor estar en la intemperie que al abrigo (y en la compañía) de la estrechez mental y las miserias colegiadas. Ahora (y suman ya unas décadas) desde el lenguaje, su última gran pasión —quizá, en realidad, su primera, porque la lucidez y la voluntad del lenguaje van siempre de la mano—, se contenta con escribir, en compañía de su gata y de sus libros, del mundo —de su mundo: como fue o como pudo haber sido. ¿Evocación nostálgica, recuerdo dolorido? Ni lo uno ni lo otro, en primer lugar porque sabe que nada de eso tiene sentido y porque, además de ser un racionalista hasta donde la razón misma lo señala, Juan es un hombre bueno, un hombre bueno y generoso. Lo cual no implica que en lo que ocurre y en lo que se le ocurre no llame a las cosas por su nombre.
Pero estábamos en que “En Tlalpan hay varios manicomios”. ¿Qué ocurre tras esos muros? (la pregunta deniciana que dispara sus poemas —científico, a fin de cuentas— es “qué pasaría si...” ¿Qué pasaría, por ejemplo, si los santoreyes hubieran llegado a la Convención de Aguascalientes? Hubieran declarado, después de reírse como locos, su intención de afincarse en un clima benigno y abrir una juguetería de autoservicio).
Pues, muy de su gusto, a Juan Almela se le ocurre que ese lugar por fuerza debe ser una de esas casas de descanso (muy centroeuropeas, muy Belle Époque), llenas de ricos y aristócratas, en donde con los últimos avances se ayuda a combatir en cuerpo y alma el sufrimiento: baños y más baños —de aguas sulforosas, de aguas ferruginosas, de aguas termales, de aguas negras— que sirven lo mismo para curar a un onanista incontinente que a un tísico terminal; y si la ciencia falla, aún quedan las técnicas del doctor D'Arson para curarlo todo con descargas eléctricas. Allí, cada loco va por los laberínticos jardines con su tema en la cabeza. En otra habitación habrá —porque siempre las hay— alguna adolescente envuelta en sus olores cuyo extravío genuino se refleje en su cuerpo tendido y como ausente. Hay cosas que nos ayudan a vivir y la evasión puede ser una de ellas, qué pena. Y acaso alguna tarde cursi al pasar frente a esos muros —o en otra tarde y en otro lugar, no importa demasiado—, junto a las vías del tren y en medio de un concierto de escarabajos, se constata con todo el cuerpo que esto es así: breve y pasajero y hermoso y sorprendente. Inevitable también; habría al menos que decirlo; Juan lo ha hecho durante toda su vida.


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• Fernando Rodríguez Guerra (México, DF, 1963) es coordinador del Centro de Lingüística Hispánica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam. A finales de los años 80 tuvo la Beca Salvador Novo. Es maestro de español y literatura. Por aquellos años, casi todos los viernes comía en restaurantes chinos o yucatecos con Gerardo Deniz.


Un silencio que se prolonga
5. El celebérrimo haikú de Issa

por Jorge Fernández Granados

Si, como dice Octavio Paz al hablar de la literatura japonesa, apenas el humor, la poesía o la imagen pueden hacernos vislumbrar lo verdadero —que sería por naturaleza inasible e incomunicable—, la tradición del haikú propondría una tentativa de síntesis de estos tres recursos. Forma poética, casi pictórica, que opone a nuestra profusión (mental, cultural) su nitidez y su economía, pero también una continua tarea de atención. Si bien no es un arte que simpatice mucho con las abstracciones, el haikú se parece más —como el humor, la poesía o la imagen— a un destello que pone frente a nosotros la paradoja que surge por sí misma de la realidad.
Y aquí el ejemplo. Los cientos de años de antigüedad del haikú de Issa Kobayashi siguen deteniéndose en esos puntos suspensivos en los que parece comenzar (o terminar) un sueño, uno donde bien cabría el mundo:

                           Tsuyu-no-yo-wa
                                    tsuyu-no-yo nagara
                                    sarinagara.

                                    Un mundo de rocío
                                    este mundo de rocío
                                    y sin embargo, sin embargo...*

Antes que lo explícito, lo implícito, dice la primera regla —no escrita, por supuesto— del arte del haikú. Hecha de pura sugerencia, esta imagen, “un mundo de rocío”, guarda la levedad del instante que le dio origen y a la vez suscita un vislumbramiento cuya elegancia radica, precisamente, en su contención. No hay una afirmación aquí. Hay un silencio que se prolonga. El poema se abre todo al silencio. Podríamos decirlo de otra manera: estos tres breves versos dibujan el principio de un pensamiento, pero no se sabe dónde termina, a dónde se dirige.
Primero, el poema aparece dentro del lector como la imagen de “un mundo de rocío” que se reitera. Y, una vez desdoblado como frente a un espejo, ese mundo se trastorna por una objeción hecha sólo con la sutileza de una palabra (en japonés): “y sin embargo”. Una vez aquí, toda la fuerza dramática —llamémosla así— del poema se descarga en otra reiteración: “y sin embargo, sin embargo...”. El doble mundo de rocío es doblemente perturbado. ¿Qué lo perturba? No se dice más. Por eso hay un poema. Todo el enigma recae en una palabra, en el eco de esa palabra, cuyo sonido y significado son tan hermosos en su idioma original como el misterio de este antiguo poema japonés: nagara.

* Esta versión, hecha con ayuda de una traducción francesa del japonés realizada por Cheng Wing Fun y Hervé Collet, no tiene más pretensión que la literalidad, para fines de esta nota. Agradezco a Fernando Fernández su generosa ayuda para obtener estas versiones del haikú de Issa.


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• Jorge Fernández Granados (México, DF, 1965) es poeta y narrador. Obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes con el libro Los hábitos de la ceniza (Joaquín Mortiz, 2000), y antes el Premio Jaime Sabines con Resurrección (Aldus, 1995). En El cristal (Era, 2000) aparece su poema “Alima”, dedicado a una gata del mismo nombre. (La foto que acompaña esta nota es de Alberto Tovalín, a quien agradezco el que me la haya prestado.)


Nagara, el halago de Octavio Paz
6. Cuatro preguntas a Gerardo Deniz


por FF

¿Cómo fue que Octavio Paz tomó de un poema tuyo una palabra japonesa y luego la usó para nombrar a un gato? ¿Conociste a Nagara, el gato?
Hay múltiples nagaras. Descartando acentos y cantidades vocálicas, esta palabra significa “ciudad” en sánscrito (de aquí el nombre del famoso alfabeto devanagari). Nagara es asimismo el nombre de una tribu australiana, con su idioma. Y es una palabra japonesa, la cual, según cierto diccionario (y no sé más), indica “simultaneidad”, “a la vez”. Cuando escribí mi “Evasión” y la publiqué en Adrede, nagara era sólo lo que se repetía (nagara sari nagara) al final del devastador haikú de Issa:
                           This world of dew is
                                    A world of dew… and yet,
                                    And yet

(El cual se nos traduce literalmente: “Dew-world / as-for / dew-world / while-it-is / so-be / while-it-is.”) Pero en “Evasión” lo que sonaba a mi oído era una versión española (traída del inglés, claro está):
                           Pero este mundo de rocío
                                    es un mundo de rocío, sin embargo,
                                    sin embargo.

Y “sin embargo” fue lo que puse al parafrasear el haikú de Issa:
                          
                           Pero este mundo de trenes y escarabajos es un
                                            mundo de trenes y escarabajos,
                                    sin embargo,
                                    nagara.

Todo esto lo deliberé con Octavio Paz, primero por carta (cf. una nota en su multirreproducido artículo “Composiciones y descomposiciones”), después de viva voz. Nagara fue una palabra cabalística entre nosotros dos. Ahora bien, es imposible recordar todo, y, así, olvido cómo el nagara (sustantivo sánscrito, etnónimo australiano, herramienta gramatical japonesa) pasó a ser también nombre propio —y de gato, por si fuese poco. Yo juraría que no estuve presente, si bien nada puedo asegurar. Sencillamente tomé el hecho como un halago de Octavio.
Desde entonces, durante años, saludé al gato Nagara repetidamente. Un estupendo tomcat, kater, kot, cuya fecundidad, digna de Urano, me ponderaba Marie Jo alarmada. Y, después de largo tiempo, hubo que hacerle lo que a Urano, si bien no por mano filial sino veterinaria.
Frente a mí, Nagara rasguñó a Lévi-Strauss cierta noche. Marie Jo acudió corriendo, con algodón y alcohol. No era preciso, y además L.-S. era un gatista consumado. A quienes pertenecemos a este gremio, los gatos podrían sacarnos la glándula pineal por el ombligo, que seguiríamos repitiendo cuánto los amamos —al mismo tiempo; and yet; sin embargo, Nagara.

Por los días en que aparezca este suplemento [noviembre de 2000], se estará casi cumpliendo un año de que te cambiaste de casa, después de treinta y tantos de vivir en el mismo lugar. ¿Cómo es tu nueva vida? ¿Qué tanto ha cambiado la de Krushka, tu gata? ¿Qué tanto te has adaptado a tu nuevo barrio? 
Luego de siglos padeciendo un eje vial-industrial desde su acera gélida, esto es el paraíso. Estoy entre cuatro calles estruendosas, pero aquí, en medio, sólo llega por momentos un zumbido soñador. Suena un avión sólo por casualidad (en mi domicilio previo llegaba a pasar uno por minuto).
En la madrugada es posible escuchar música a la perfección a un volumen ínfimo, sin molestar a nadie, hasta sin dejar de oír mear a todo el edificio; es posible incluso diferenciar a ellas y a ellos. El viento aúlla y, muy lejos, centellea cada tres segundos una luz (la antena de la avenida Chapultepec).
Mi gata duerme en la cama, con y sinmigo. Cada hora realiza una inspección por toda la casa. Comistrajea, toma agua, cambia impresiones con los congéneres que la visitan tras la rendija de la puerta, usa su cajón de arena, me pide que la rasque un poco y vuelve a la cama. Pero a las seis se dirigirá sigilosa a su mirador y esperará el amanecer. Le encanta el amanecer. Se duerme, hasta que el sol empieza a quemarla. Oh dicha, después de 12 años de vivir a la sombra. Se inicia el ceremonial divino.
Lo malo es que en 10 meses no he acabado de instalarme. Me hacen falta muchos estantes, varias lámparas, etc., todo lo cual no se regala.

¿Cómo te relacionas con tu primer libro, Adrede, que cumplió 30 años en agosto [de 2000]?
Desconozco esos fenómenos, tan naturales. Esto quizá se debe a que publiqué Adrede a los 36 años, cuando ya me habían ocurrido muchas cosas (no literarias). El libro tiene una sección inicial, sin duda prescindible, pero que por su brevedad no llega a cansar. Aun así, lo más antiguo (una sola página) es de mis 21 años. A esta edad, es normal ir por el tercer libro de poemas. Mi propensión a tirar las cosas a los pocos meses, y mi nulo interés por publicar, me salvó de hidropesías. Con los contadísimos retoques de la segunda edición, Adrede no tiene hoy para mí nada de ajeno ni de arrepentible.
Otro tanto ocurre en todo lo demás que he publicado. Una de las escasas satisfacciones que debo a mis libros, aparte del escribirlos, es haber encontrado, con los años, personas que me han declarado su preferencia por tal o cual título (sin tratarse de un elogio para salir del paso). El hecho es que he hallado (sin preguntar) uno o más favorecedores de cada uno de mis libros, todos, pese a que, como es bien sabido, mi incapacidad de cambio es verdaderamente insultante (si bien en muchos otros autores es juzgada estupenda esta característica).

Para un autor como tú, de “difícil” lectura, ¿no es justo pensar que es producto de una debilidad —me refiero a las ganas de “ser comprendido”, quizá impensables en el primer Deniz— la decisión de publicar Visitas guiadas, una antología de 36 poemas tuyos comentados por ti mismo?
Lo dudo. Por supuesto, las burdas recetas inversionistas (“negro significa blanco”) de un psicoanalero podrían desmentirme, pero eso es lo de menos.

Las Visitas guiadas no abarcan, ni mucho menos, todo lo que he escrito al respecto. Pues bien, la primera la hice para un amigo, a las pocas semanas de aparecido Adrede. No la incluí ahora, por pura falta de ganas, pues me sería fácil recuperarla (o volverla a escribir). Ahora bien, por entonces yo no pensaba que —sobre todo con la ayuda de los críticos— mi “dificultad” afectase a nadie. Tiempo atrás, estudiando, p. ej., a Eliot, me acostumbré, al acudir a los críticos, a enterarme de cosas como éstas (G. Williamson, A Reader's Guide T. S. E.; resumo la cita): “Este epígrafe combina sucesivamente las siguientes fuentes: una tonada copiada por Gautier; una divisa en un cuadro de Mantegna; un pasaje de Henry James; otro de Otelo; y otro de Browning.” Con gente así, bien puede uno echarse a dormir tranquilo; sitúan las cosas y además ¡critican!
Con el tiempo fue pareciéndome que los críticos nuestros eran tan vigorosos que saltaban etapas y, en mi caso, aterrizaban en el centro. “Caos” —dictaminan (pues, con raras excepciones, todo sigue igual). Espero que comprendan ustedes mi melancolía al verme tildado de caótico por quienes leen de corrido a Pound y Eliot, con una sonrisa triunfal.
El “primer Deniz” del que habla esta respuesta no se pensaba oscuro ni claro: para aclarar eso estaban los conocedores. Escribí dos páginas —de ingredientes, no de explicaciones—, para mi antiguo amigo, según conté antes. Luego lo hice para otros varios, si bien cada vez menos veces, durante 30 años. La idea de publicar algunas visitas guiadas reunidas no fue mía; sencillamente la acepté con gusto. “Ser comprendido”, con todas las comillas que se quieran, me es absolutamente indiferente. Una visita como pasatiempo no hace daño. Sea. En lo tocante a la “explicación” —donde la hubiere—, estoy ya más p'allá que p'acá: achichincle de Paz; siempre del lado de lo malo y lo negativo; misógino; ¡antiecologista!; repetitivo (a diferencia de…) …
¡Uta madre!

viernes, 15 de enero de 2010

Pielesrrojas

Me escribe el poeta Casar: 
"...por cierto: hoy en la mañana (en la maraña) leí tu artículo sobre el poeta Camín, quien me resultó muy simpático: se trata de un poeta con aire, con humo, con humos, y eso nos agrada a los pielesrrojas...".

Úchales



Este angelito, en su aspecto más feroz, nació un 12 de junio igual que yo. Cuando empezó a hablar era conmovedor que en la mañana pidiera un ujo de naánja, andando el día comentara que estaba sonando el féfono y ya entrada la noche insistiera que diéramos aometas sobre la alfombra de la sala. Decididamente su color preferido era el amarillo.

jueves, 14 de enero de 2010

Mi poemas preferidos, 1


Éste es uno de mis poemas amorosos preferidos. No tiene nombre propio porque forma parte de una obra unitaria extensa (“Razón de amor”, 1936) publicada por Pedro Salinas —uno de los mejores poetas de la Generación del 27— el año que estalló la Guerra Civil española. Su tono, su aparente sencillez, su ritmo, todo contagiado de una suerte de sabia serenidad, me parecen muy logrados. El odio que sentí durante mis años universitarios a ese fenómeno castizo llamado leísmo, y que está presente en el verso "le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve", se me quitó el día que leí La Celestina.

¿Serás amor,
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y solo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.



Pedro Salinas en “Razón de amor”. La voz a ti debida. Razón de amor, Clásicos Castalia. Madrid, 1984, pág. 128.

domingo, 10 de enero de 2010

Este mes en la Revista de la Universidad

Este mes (enero de 2010), en la Revista de la Universidad, aparece mi artículo "Alfonso Camín: entre el canario y el murciélago", un amplio perfil del amigo asturiano de Ramón López Velarde. Es mi tercer ensayo sobre aspectos que me interesan sobre el gran Ramón, y que algún día formarán un librito.
El primero apareció en la revista Nexos y se ocupaba del famoso poema velardiano sobre el zenzontle, partiendo de algunos asuntos relacionados con la Celestina. Se llama La maestra del mundo. El segundo, De vuelta en el camino de la pasión, salió en la misma revista universitaria y se centra en las opiniones cambiantes (y por eso especialmente interesantes) de Octavio Paz sobre "La suave Patria". Pronto subiré ambos textos.

Fiorella en Iquitos


Tres poemas de El ciclismo y los clásicos


Con alguna gracia no del todo ajena a su mesmo sentimiento, describe el estado actual de su ánima


Acostumbrado como estoy a verme
así, Lysi, lisiado
y mal alcaide de mis bienes,
por volverme al acomodo de esas fechas cuando Dios quería,
repaso con la vista aquellos prados
que más no me permite,
                                       con unos como estrábicos requiebros,
la tanta confusión de mi ventura.
Sólo tengo de aliada a la memoria.
Me quedo, así, sin nada,
quitadas las espigas de esos campos.

Juega burlonamente con la metáfora platónica

Malicias del equino,
                                 señora,
son estas de tender al precipicio.
Si trato de explicarle las esencias,
las cosas que se miran de la bóveda
es lo mismo,
                      no hace caso,
se la pasa mofándose de mí,
del plan de la carrera en ascendente,
y hace fuchi con los belfos.

Sólo piensa en su pienso,
mirando aquellos tiempos idos
de su vida,
                    imagínese, señora,
metido entre las sombras de un establo.

En medio de un lance deportivo, advierte más que nunca la belleza de su amada, 
y pierde un punto

No estabas esa noche tan lozana,
ni aun aquella noche mirando entre lo oscuro
—los ojos transparentes, el índice mostrándome una estrella—,
ni estabas, Clarinda, tan hermosa
como unas horas antes;
                                       al centro de la cancha,
mirándome subir hasta la red, y mi remate:
el hálito agitado,
las crenchas confundidas
                                        y tus ojos
(14-7, cambio, sacan ellos)
el brillo de tus ojos cuidando mi descuido.

De El ciclismo y los clásicos, Cuadernos de Malinalco, 1990.